viernes, 18 de septiembre de 2009

ALBA BASCOU-BUENOS AIRES, ARGENTINA/SEPTIEMBRE DE 2009


EL CANDIDATO



Iba sentada en el auto, acompañándolo, pero en el asiento trasero junto a Elba. Ella iba adelante como una princesa setentista junto a Jaime, el chofer. Tenía lágrimas en los ojos y tristeza en ese día pero no me cabía otra. Yo siempre había jugado de ninguna. Pasaron los años en que lo llamaba por teléfono o aparecía de zopetón en el estudio para presentarle cualquier duda loca o unos bizcochitos cocinados, agradeciéndole que él fuera un padre para mis hijas, ya que Ambrosio, mi marido y amigo de Julián, había muerto. Y Julián tomó la posta con mis hijas pero a mí nunca me tuvo en cuenta.

De nada sirvieron las palabras para que Julián abandonara esa relación edípica con esa mujer cabaretera e interesada, pasada en años, anterior a la mujer que ubicada en el asiento delantero no decía palabras y sólo se resentían sollozos.

Julián no aceptó en los treinta años que lo conocí, una sola palabra en contra de la mujer que con figuretes de tango y sexo global y diario lo tenía prendado. Nunca quiso oírlas. El tiempo pasó y me dio la razón. Se enteró de infidelidades económicas y utilización de sus haberes que lo sacudió y lo hizo volver a la realidad. Y quedó shokeado. Pero la indecisión y la desconfianza lo fueron transformando en un ser hosco, casi ausente.

Un buen día me enteré que Julián por fin, se había separado. Que uno de sus amigos lo había ayudado, ya que sus creencias no le permitían confiar en ningún psicólogo y menos en un sacerdote como decía la gente.

No me alcanzaron las horas de un día para ir a teñirme, hacerme un corte moderno, arreglarme las uñas de los manos y los pies- por si acaso- y el primer jueves de la semana , día en que Julián siempre citaba poca gente, me fui a verlo.

La alegría no me duró mucho. Lo ví contento, mejor que nunca, desinhibido, chistoso. La alegría me inundó el pecho. Ante cada palabra de él, la risa me afloraba y hasta me atreví a tomarle la mano por un momento en que él no sé que broma me hacía. Una de tantas, pero ninguna en serio. No me gustó que al retirar su mano me preguntara si me pasaba algo. Noo, lo de siempre, la soledad, las hijas, el intento por reiniciar mi vida, que no se me da.

De forma fulminante me enteré del cambio. Julián de repente se puso serio y me confesó que él estaba mejor, diría casi bien, porque estaba saliendo con una mujer.

Otra mujer que no era yo.

Sentí un dolor fuerte entre los pechos y la sonrisa y el regocijo dieron lugar a la pena. Sólo pudo contestarle un ah desabrido. Después me fui.

Nunca perdí el deseo de estar a su lado. Desde detrás de un teléfono y con cualquier excusa permitía que mi obsesión siguiera viva o a veces me aventuraba hasta el estudio con cualquier excusa pero era recibida como una amiga más y sólo tenía palabras para hablar de esa nueva mujer que le había cambiado la vida. Le contaba de los distintos viajes que compartía con ella, a pesar de ser un hombre viajado, y que en cada uno de ellos, lo hacía más feliz; de su dulzura; de su capacidad.

El tiempo, los años pasaron. Y si bien mis llamadas se hicieron más esporádicas, nunca me lo quité de mis pensamientos. Había tomada la forma de una enfermedad.

Espacié las llamadas para alejar ese deseo que nunca, nunca pude realizar y un día, los encontré haciendo comparas en el supermercado. Fue tal la alegría que creo que ella, se sorprendió de mi vivacidad ante tal situación y me intuyó.

La conocí. Comprendí en ese momento cómo él no iba a estar bien. Era una mina contenedora, agradable, cariñosa que fue de lo que siempre careció Julián.

Un día cualquiera de octubre, sonó el teléfono y una voz de mujer me informó que podía ir a visitarlo.

Y aquí estoy, por obra e invitación de ella, sentada detrás mientras le aclara a Jaime, el chofer, por dónde le gustaría pasar. Frente al departamento, entre las calles del barrio, mirando las barrancas y con lentitud tomando la calle Forest hasta un tierra excavada con obreros que se ponen en movimiento para depositar ramil


1 comentario:

Anónimo dijo...

Alba: cuánta esperanza y cuánta desilusión en este relato. Creo que es un tema que le hará pensar a más de una lectora. Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.