miércoles, 2 de diciembre de 2009

Adriana Suárez-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2009



Gerardo



Es un crudo día de invierno.

Estoy sentada junto a la ventana de un viejo bar. Llueve

El viento trae algunas gotas a mi ventana y otras estallan sus panzas de agua sobre los adoquines.

Mi perfume me aísla de tanta inclemencia.

En la taza del café, busco el calor interno que ahora me falta. Mis manos torpes por el frío intentan abrir el sobre de azúcar que se opone a mis fuerzas .Logro vencer su resistencia y vuelco su precioso contenido en la taza.

El negro café destaca la blancura del azúcar. Con la cuchara lo revuelvo y observo como se forma un remolino de espuma marrón. Esta imagen de torbellino hace aflorar en mí aquella emoción escondida, que en su momento me produjo tanto dolor y que ahora me anestesia.

Hoy viene Gerardo, como antes solía hacerlo, todos los martes .Martes que se fueron diluyendo…Desapareciendo de su agenda emocional, cobrando solo para mi significación amorosa. Una ausencia sin explicación que por momentos se trepó por mi garganta y se asomó en la mirada. Ahora, dudo si su visita será un momento distendido, un real reencuentro o una sádica tortura.

Qué cosa rara son los lazos, tan brillantes y vivos en un principio….

Lo veo cruzar la calle pisando las luces de neón derretidas por el agua del asfalto.

Su figura desaparece en cada parpadeo del semáforo de la esquina .Ya no emana nada…Me equivoco, emana oscuridad, como si fuera una sombra fundida en la negrura de esta noche privada de claridad.

Entra al café y sólo yo lo miro. Hasta su rostro se me antoja gris. Sus ojos ya no reflejan su alma

El viene hacia mí, se sienta… no dice nada, quizás ya no haya nada por decir.

Lo siento frío, no solo distante, literalmente frío. Se ha escapado de él ese fuego que en su interior ardía y que enamoró a cada una de mis células.

Esboza unas palabras que ya no escucho, creo que tampoco me interesa oírlas. Apago mi cigarrillo que distraídamente encendí cuando estuvo cerca. Una bocanada de humo intenta llenar un espacio irremediablemente establecido.

Sonrío, porque hasta el humo lo atraviesa…

¿Para qué quedarme?

Me levanto y dejo sobre la mesa el dinero para la consumición, no quiero que él pague esta insignificante deuda y me marcho sin mirar atrás. Ya en la vereda la lluvia me moja y abro el paraguas.

De pronto escucho todo: los autos, las bocinas, el ruido de la lluvia y una voz familiar que me llama. Es mi amiga Marta que corre a mi encuentro con su embarazo de cinco meses, se me ocurre que corre como los patos, mostrando al mundo el orgullo de la redondez de la vida y recibo su fuerte abrazo. Me encuentro ante la involuntaria barrera de su vientre he intento apartarme de ella, pero Marta me retiene entre sus brazos

-“Negra, ¿como estas?”, no respondo nada, no sé que contestar.

Me vuelve a abrazar y su cuerpo tiembla y entre lágrimas me dice “Vengo a avisarte que hoy Gerardo no puede acudir a la cita. Está muerto”.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Adriana: la realidad de un presentimiento,en ese Gerardo que -con su "frialdad"- igual llegó al lugar de la cita, aunque sus palabras no se escucharan. Buen tema. Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.

Anónimo dijo...

Adriana, que final!!!!

Me gusta mucho como narrás los cuentos, está buenísimo!!!!

Besitosssss jóse

Anónimo dijo...

que bueno tu cuento Adriana, una narrativa expectante, un gusto leerte,
saludos cordiales y felicitaciones
Amanda

Anónimo dijo...

Qué vbien escribes, me ha gustado mucho este cuento, lo he tenido que volver a leer, porque me resultaba difícil, muy bueno!!

Beatríz tu vecina de Literarte

besitossss