miércoles, 13 de enero de 2010

Nélida Beatriz Hualde-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2010


DESTINO



En aquel tiempo yo sentía una gran inquietud.

No era que las cosas me fueran mal. Al contrario, estaba en una buena etapa de mi vida, ya maduro y asentado. Acostumbrado. Adaptado a todo. Dejándome llevar…

Por eso había resuelto escribir mi biografía.

Sin embargo, yo sentía que en mis vivencias había un hueco. Algo faltaba a mis experiencias que no se había incorporado. No sabía de qué se trataba. Solo sentía que faltaba y por eso no podía concretar mi libro proyectado.

¿Cómo contar mi historia si a mi lenguaje le faltaban palabras sobre hechos esenciales que eran la explicación de mi destino? ¿por qué vivía y para qué? Y esas cosas…

Lo conversé con amigos. No me entendieron. Se burlaron. Jamás hubieran sospechado que un tipo común, de los tantos que abundan, tuviera esas preocupaciones.

Comencé a comprar revistas y diarios y a recortar las notas que se publicaban sobre predicciones, ciencias ocultas, astrología y cosas semejantes.

Las pinchaba en las paredes al alcance de mis ojos. Y era cómodo afeitarme, o tomar mate, o realizar mis actividades diarias comunes a todo el mundo, leyendo los artículos.

Pude conseguir algunas entrevistas con los autores.

Pero nada de eso me ayudó.

No me entendían.

Me convertí en un obsesivo.

Pero ya estaba aprendiendo que el destino tiene que dar muchos rodeos para llegar a cualquier parte.

Entonces resolví consultar los libros.

Y fui a una biblioteca.

Allí una señorita me preguntó qué libro quería consultar.

Y yo ¿qué libro quería consultar? Algo le dije, con palabras atropelladas y confusas.

Me miró estudiándome,”búsquelo usted” me dijo.

Recorrí los anaqueles

¡Había tantos libros!

Todos los temas habían sido escritos, pero el que yo buscaba parecía que a nadie le había interesado. Y sin embargo era importante, porque en ese libro –no escrito- justamente estaba mi destino.

Defraudado, me senté a escribir.

Ya estaba lo de mi infancia, con mi vieja canturreando en la cocina, y lo que seguía después. Mis estudios, mis amores, mi trabajo, mis alegrías y mis tragedias.

Pero eso no bastaba para integrar mi vida. Faltaba otra nota definitoria.

Al lado mío se sentó un lector.

Perecía ensimismado, tan cabizbajo que casi se hundía en el libro.

Pero sin duda percibió mi angustia, porque de pronto dejó su propio quehacer, me miró largamente y extendiéndome su lectura abierta en una página, me preguntó “¿Es esto lo que usted busca?

Leí. Y sí. Allí estaba mi nombre.

“Quiero ver cómo termina, dije, pasemos a la página siguiente.”

“No hay más hojas.”

“¿Cómo que no hay más hojas? No puede ser. Veamos la numeración. Estoy seguro que está mal encuadernado. Suele pasar…”

“No. Falta la página. Quizá alguien la arrancó, o quizá no se escribió.”

Mi angustia era tanta y tan visible, que el hombre, compadecido, me preguntó si quería que él, que era escritor, me inventara lo que faltaba.

“Claro que sí, contesté contento, escriba”.

Y él escribió “FIN”.

Y así morí.


3 comentarios:

Graciela María dijo...

Atrapante hasta el final... Felicitaciones.

http://webs.uolsinectis.com.ar/vida-reflexion

Anónimo dijo...

Me gustó. Te felicito.
Lilia

Anónimo dijo...

muy bueno Beatríz, sorprende el final.

un beso Jóse