lunes, 12 de abril de 2010

Raúl Barrozo-Buenos Aires, Argentina/Abril de 2010


      El secreto del árbol

La aguantamos hasta que pudimos. No paraba de hablar la Estela. De cualquier cosa, de todo, como si supiera la tonta. Hablaba por hablar mientras fregaba todo el santo día para sacarnos la mugre. No paraba hasta que la cachetada de mi padre la tiraba sobre la silla. O el empujón adrede de mis hermanos la sentaba de culo en el suelo. Después se empezó a quedar callada. Como metiendosé para adentro.
      Yo había partido muy chico de pupilo a los Franciscanos, y al volver no terminaba de comprender la rudeza de los que habían quedado.      
     Lo cierto es que vos la veías que se iba todas las benditas tardes. A veces triste y desanimada por esa realidad de criada, nacida de noche y con apretadas de panza en una tapera fría y desolada en la mitad de la nada. Se iba despacio, como desconfiando, como ocultando algo.
    Al principio mis hermanos la siguieron asomándose entre los yuyos para ver que andaba haciendo. Hasta que, de lejos, la descubrieron.Y me contaron. Era de creer o reventar.
    A la Estela se le había ocurrido hacerse amiga de los árboles. Y allá se iba a la hora de la siesta a conversar con los talas, los álamos y los ombúes. Pero finalmente se quedó con un aguaribay. Grandote, rugoso, triste. Árbol raro el aguaribay. No es fácil encontrarlos. Había dos. La Estela eligió uno de compinche, de compañero. Aunque a mis hermanos les pareció que lo había elegido de pura sonsa nomás.
        Yo estaba mateando un día cuando la vi venir. Transpirada. Acomodándose el pelo amontonado, alisándose el raído vestido. Volvía contenta. Como si trajera una luz distinta en sus ojos, y más fuerzas y más ganas para todo. Como para acarrear ella solita los tachos llenos de agua para llenar el cántaro o andar baldeando los pisos de tierra antes de barrerlos con la escoba de jarilla. Y meta hacer cosas hasta que ya no se escuchaban mas ruidos.
     La siesta caía a plomo en la sierra, cuando se me ocurrió seguirla. Yo también quería saber. Las chicharras taladraban el aire. Crucé el canalito y agachándome como pude pasé el alambrado de púas, para luego deslizarme por la bajada que daba al bosquecito. Fue entonces que la vi, trepándose por las ramas y pasándose los tallos y las hojas por la cara, la respiración agitada, restregando su fragilidad en el ungüento pegajoso de las rugosidades del tronco. Jadeaba. Comenzó un balanceo. Primero suave luego mas rápido. El batón descolorido, abierto y arremangado hasta la cintura, sus ojos extraviados, sus uñas clavadas como garras en la corpulencia de las ramas  gruesas. Gemía hasta gritar llevada por la sangre. Hasta que el ardor se fue apagando. Las torcacitas seguían sus aleteares.
       Me conmoví tanto que decidí alejarme, prometiéndome que a nadie se lo contaría.
       Un día tierno, como todos los días en el campo, mientras ataba los fardos la vi llegar con el infortunio en sus ojos. Llorando. Maltrecha. Estaba toda lastimada, su cuerpo magullado. Una rama del aguaribay vecino se le había venido encima, golpeandola justo en la cabeza. El médico que vino dijo que la herida era profunda. Que debía cuidarse mucho.
       Nunca mas fue la Estela que conocimos. Se fue encogiendo, de a poco, cada día más pequeña, el batón le colgaba, dejó de comer y se le metió en el cuerpo la falta de apetito y luego la anemia que la terminó llevando al hospital hasta el día en que partió para siempre, quizás para encontrarse definitivamente con su aguaribay, ese que alguna vez, entre tanta tiniebla, la inundara toda de alegría.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un muy buen cuento, con un triste contenido y desenlace.

Felicitaciones Raúl

beso Jóse

Graciela María dijo...

¡Cuántos de nosotros, quedamos amando y dialogando con algo que un día pudimos soñar que era nuestro compañero/a de vida! y era sólo eso, soñar...en un monólogo intenso...
Felicitaciones
http://webs.uolsinectis.com.ar/vida-reflexion

Anónimo dijo...

En el árbol encontró amistad, cariño, cobijo, entretenimiento, y también su final.

Muy bien relatado,

te saluda y felicita Adrián