domingo, 18 de julio de 2010

Raúl Barrozo-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2010



Atracción                                                                 

El ruido  de la catarata es ensordecedor. El torrente desplomado cae inmemorial desde las alturas
Quique no puede con esa tremenda emoción. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos. Es ahí que lo ve, confusamente, entre la niebla que levanta la caída impetuosa del agua. Es como un gato grande, de ojos fijos. Un suave terror lo atrae.  Alarga la mano entre la espuma burbujeante y acaricia el lomo tibio del animal.

Ya en  la habitación, cuando se lo cuenta, Clara se ríe. Entrelazados, hablan de los verdes tensos de la selva, de la niñez con lecturas de Salgari y también de esa explicación del guía:  “Los yaguaretés son felinos medianos que necesitan espacio para correr. Y mucho alimento, que aquí, no consiguen fácilmente. Dicen que en la selva misionera puede haber
no más de quince  yaguaretés”. Finalmente se quedan dormidos en la alfombra, junto a los cansados zapatos y a las medias transpiradas.

Se despiertan tarde. Llegan justo para el último turno de la cena. Hojean la carta de vinos. Ese sauvignon tan bueno de ayer. Lo pedirán de nuevo. Cuando encargan la comida, se acuerdan del video.  Y de que  mañana será tarde. Quique decide ir de una escapada. Está seguro de que en la filmación lo vería, lo confirmaría.

Cruza el playón de estacionamiento hasta el centro comercial. Sólo las balizas de un auto que su dueño se olvidó de apagar interrumpen la noche confundida con la selva circundante.
Llega. Todo está oscuro.  Aprieta inútilmente el picaporte. Cuando desanda sus pasos calcula las sombras. Comienza a dar grandes trancos. Luego corre. Los ruidos de la selva le golpean los oídos. Le ganan la piel. No puede con ellos. Y es el mismo terror suave que lo atrae.  Y  corre. Y las plantas le desgarran la ropa. Y la savia pegajosa que le moja el rostro. Y esos ojos fijos. Y esa dulce garra cerrándose en su cuello.

  

   SOPA SECA                                                        

De vez en cuando me entretengo en esta llanura inmensa, profunda y ancha, pero a la vez tan a mano, como tu mano mamá. Porque no es en otra parte de tu cuerpo donde te invento, sino en esta zona de resaltadas venas azules de tus manos. Y no alcanzan las yemas de mis dedos para Acapararte toda. Porque es lindo tenerte, mamá, saber que estás en cada rincón de casa. Porque te quedaste mamá.  Todavía estás, en el olor de las batatas asándose al rescoldo, en el brasero oscuro y crepitante, en el olor de azahares de las tardes, sacando las sillas del comedor a la vereda, en el llamado imperativo a la mesa, en la abertura de la enagua descubriendo tu pecho en el sopor de la siesta, para que yo acercara mi piel contra la tuya y saber que la vida era eso, cuando me latía la sangre en tropel, desbocada en mi temblor de niño. Me dejo llevar por tu piel, me dejo estar, me abandono a tus manos en mi espalda, a tus uñas mansas recorriendo mi espalda.
Mami… ¿no me rascás de nuevo? Te quedaste en la sopa seca. Esa receta maravillosa de fideos cabellos de ángel y salsita de tomate triturado con cebollita dorada. Inigualable,  mamá.
Y  subo por tus manos blancas. Porque yo también me subo por tu sangre y me asomo a tu preocupación por darme el mate caliente y la rodaja grande de pan con grasa untada con dulce casero de naranjas. Te noto la ansiedad de volver a verme y preguntarme cómo me fue en el fútbol y si  quería milanesas para la noche.
Siempre recuerdo tus ojos sin cansancio  a pesar del trabajo de noche, y saber que me dormía sin vos, pero que al otro día te volvía a encontrar.  Hasta el día en que no volviste más.  Papá primero me anduvo diciendo que ya volverías, que te habías ido a las casas de las tías, luego dijo que no, que mejor me olvidara, que él me iba a cuidar.  Hasta que el Juancho te vio por Acharramendía, con unos camioneros. Y  me puse feliz al saber que estabas bien.  Y que te reías mucho.  Y  los que estaban con vos también, me dijo el Juancho. Bebían y reían. Seguro que a ellos también les hacés milanesas.  O por ahí la  sopa  seca.

4 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Raúl: una vez más un relato que tiene su impronta y atrae. Lo saluda,

Anónimo dijo...

Hola Raúl!!! Que cuentos!!!
que estilo para atraparnos y que finales tan conmovedores.

Felicitaciones
un abrazo Josefina

Anónimo dijo...

Dos cuentos muy buenos, dos joyitas, Sopa seca es terrible, de doloroso.

Lo felicito

lo saluda Irma Ian

Anónimo dijo...

Buenísimos tus cuentos, genial desarrollo y desenlace.