domingo, 19 de septiembre de 2010

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2010

GOLPE  AL CORAZÓN

            No entiendo por qué me quieren tener encerrada si después de todo hice un acto de justicia. El Señor que es mi padre, mi esposo, mi amigo, mi hijo, mi compañero, mi vecino, me enseñó que el respeto y el amor al prójimo era lo que debía dirigir mi vida. Que tenía que luchar contra las causas injustas y si la sociedad no las reparaba, yo,  en su nombre, podía hacerlo.
Eh..., señor o qué se yo como se llame. Le hablo al de uniforme azul que está ahí afuera y me tiene como una criminal en esta habitación que parece una celda. Le faltan los barrotes, nada más. Ja, pero si hay un colchón y una escupidera. ¡Adónde estoy! ¿Por qué?
Mamá, mamá qué hiciste gritaba Flavia, empujando al de azul que no la dejaba pasar en ese lugar  vidriado que tenía una cartelazo donde se leía “Al Servicio de la Comunidad”. Espere señorita, tiene que tener permiso del Comisario. Es mi madre, no entiende. Sí, pero las cosas son así. Busque un abogado. Un abogado y de dónde. Flavia, Flavia, qué pasó  vociferaba Marina bajándose de un taxi... No sé, se la trajeron. Acá. ¿Y papá?  Ni idea. Estará trabajando en el edificio...
            La puerta del cuartucho se abrió y dejó entrar la luz de la tardecita con las hijas y una policía. Las tres se abrazaron llorando, anudándose entre el desconcierto y el miedo. La policía miraba para otro lado, ya que le pegaba la situación viendo a esas tres desamparadas que vaya a saber pensaba por dónde y cómo tuvieron que vivirla. No era el primer caso.
Las muchachas trataron de calmar a Zulema, su madre, porque se había colgado de ellas para escapar de la prisión. Mamita, mamita, te conseguiremos un buen abogado, vos decís que no hiciste nada malo sino justicia pero con quién y por qué. Zulema  bajaba los ojos de los de sus hijas  sin animarse a confesarles lo sucedido.
            Lo mejor es que traigan un abogado. A él, seguro que le confiará lo sucedido, es todo lo que pueden hacer, les comentó la policía con voz apenada.
            El abogado no llegó. Era justo un fin de semana y ellas siempre estuvieron ganadas por la indecisión y el temor. Llamemos a papá. ¡Qué raro! En la casa no contesta nadie. Este viejo...
En tiempo record, Zulema tuvo que enfrentar un juez y allí confesó. Lo encontré otra vez, sabe, en el cuartito de la portería, el hijo de puta estaba curtiendo con una mujer que trabajaba en uno de los departamentos. Estaba cansada de que maltratara a las chicas, les pegara con el cinto. Sabe, cuando ellas  iban a la escuela secundaria, muchas veces me llamaron para preguntarme qué eran esas marcas porque en gimnasia se les veía a través de las remeras. Y yo me callaba porque él me tenía amenazada con una paliza si hablaba.   Otra vez, le dejó estampada la marca de la zapatilla en la espalda  a Flavia,  tenía 12 años. Lo que yo hacía era ponerles un bálsamo y darles una aspirina para que estuvieran mejor.Siempre lo ayudé. Trabajé a la par de él... Y a mí también me daba ¿Por qué cree que rengueo? Del culazo que me pegué una noche en que estaba con 39 de fiebre, cansada, con la garganta apretada de dolor y  no quise hacer el amor. Y él, lo quería todas las mañanas a las 6 cuando subía de hacer la guardia. Además, delante de la gente me presentaba como la bruja o mi agujerito. Lo primero de gracioso, lo otro no me doy cuenta...Entonces, señor juez, el otro día, no sé ya si fue ayer, al ver que no subía y eran las 7, bajé sigilosamente. La puerta del cuartito estaba cerrada, pero yo había hecho una copia de la llave y la llevaba en la mano. Abrí, bajé despacito, como a paso de tortuga, y lo encontré montado como un potro sobre esa gorda que todos los días me saludaba y me decía que tal señora, cómo está  su perrito. ¿Hoy no va al templo? Y me daba un beso, terminando con un  Dios la bendiga.  Además, él daba unos gritos como un perro mientras ella le decía porquerías en voz alta, ni se imagina cuáles. No me quedó remedio. Ella salió como una lagartija de debajo de él y escapó. Alberto quedó como hipnotizado por mi aparición. Le hubiera visto la cara, señor juez, con todo respeto. Todo desnudo, temblaba y me decía, querida, querida, Zulemita, mi brujita,  le hice un favor, la mujer andaba sin plata. Entendé, vos, que entendés todo.
 Lo miré de frente, bien de frente.
En ese momento, descubrí colgado el cuchillo en la pared, detrás de él, que lo tenía por cualquier asalto. Me acerqué  y ahí nomás estiré el brazo y con la mano alcancé lo agarré con fuerza y se lo rebané de un tajo. Así de golpe, con la cabeza que me daba vueltas como una calesita y el pecho que me explotaba de latidos. Señor juez, no diga ay, si a Ud. no le hice nada...
En el hospital, ni  el enfermero, alias Gladis, ni los médicos que tuvieron que saltar del catre para atender el caso, podían creerlo. El torniquete de urgencia que le habían hecho los del SAME estaba chorreando sangre. Al quirófano de urgencia y  la amputación directa fue la salvación.
            Volvió a su trabajo después de tres meses, con la cabeza gacha. En su habitación nadie lo esperaba. Ni sus hijas.
A Zulema, la absolvieron con el tiempo. Estuvo adentro unos cuantos meses. La indultaron por emoción violenta y maltrato reiterado.
            Alberto debutó en el coro del Sindicato, con su nueva voz de mezzo-soprano,  impresionando a la gente cómo con  ese cuerpo rechoncho, pasado de kilos, y su panza colgante,  podía modular una voz tan aguda.
 Mientras, Zulma, reza todo el día, va al templo liberada de todos los demonios, exorcizada como ella dice de los celos, agradeciendo al Señor que le enseñara a hacer justicia.

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