lunes, 20 de septiembre de 2010

Jacinto Amado-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2010

Del tiempo y la Memoria

A esa madre le gustaba ver en ese hijo, la imagen del abuelo. Se regodeaba en su actitud. Relacionaba algunas situaciones como detenidas en el tiempo, con retratos de su propia niñez. Le entretenía la contemplación, fantaseaba y siempre parecía distante.
Filtraba por su mente luces y sombras de años muy queridos junto a su padre. Esto la hacía muy orgullosa.
 Deseaba extender en ese hijo, instancias imaginativas, reflejar en él todas las vivencias e interpretaciones que las madres toman del pasado y trasladan al presente. De algún modo las intuía transferibles y las transmitía consecuentemente con vehemencia. Por todo y con todo esto le hablaba a su hijo del abuelo, las aventuras y desventuras del abuelo.  Contaba de las pasiones y los sueños que lo desvelaban. De las acciones que acometía con enojo, con audacia. De sus convicciones, de sus delirios, de sus aciertos y sus rotundos fracasos. De cómo ponía el acento el abuelo en todas las causas perdidas. Cómo trataba de rescatarlas cuando ya nadie daba nada!. El daba todo!!, en un constante desafío, y cómo se recreaba  con estas inclinaciones!. El abuelo era fantástico. Era buena fe. Era un crédito de intenciones, con una fuerza  inimaginable.
Ese hijo, ya grande,  recuerda a su abuelo que no conoció. Recuerda a su madre. Se recuerda él mismo con sus propias experiencias y en una simbiosis de tiempo y memoria relata a sus propios hijos vivencias e interpretaciones. Pasiones y sueños con vehemencias, con el pasado en la mano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esa trasmisión tan importante de valores de abuelos a hijos y a nietos es invalorable.

Muy bueno tu escrito Jacinto!!!!

Besosss Josefina