jueves, 11 de agosto de 2011

Graciela Diana Pucci-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011, soporte papel

Una niña muy curiosa

            Magda y sus padres estaban de visita en la vieja casona de los  abuelos, a la niña le gustaba mucho ese lugar y sobre todo el altillo, al que nunca había podido llegar, y tanto la intrigaba.
            ¿Por qué no la dejaban subir ?
            La traviesa niña estaba dispuesta a despejar su duda, y en un descuido de sus familiares, se escapó y llegó al lugar tan deseado.
            Allí se encontró con un montón de cosas viejas (nuevas para ella) que la fascinaron.
            En el revoltijo de sus descubrimientos, algo le llamó la atención en la pared que estaba frente a ella. Se acercó y no vio nada, entonces comenzó a pasar sus manos por el muro, tocó todos los ladrillos, de pronto uno de ellos cedió al tacto y ante su asombro la pared se abrió como una gran puerta. Magda, un tanto indecisa, pero curiosa, la traspasó, y ya del otro lado se encontró rodeada de cavernas, en un lugar inhóspito y desconocido; asustada, quiso regresar por donde había entrado pero el muro ya no existía, entonces se puso a recorrer el lugar que se hallaba desolado.
            De pronto escuchó voces a lo lejos.
            Se escondió y atisbó para ver de qué se trataba. Vio que se acercaba gente con poca ropa, hecha con pieles. La mayoría de estas personas eran mujeres, aunque había algunos niños que jugaban con piedras y palos.
            Le llamó mucho la atención ese juego y fue entonces cuando comprendió que los pequeños estaban tratando de encender un fuego, mientras sus madres se aprestaban a preparar el alimento del día.
            A lo lejos, y siempre desde su escondite, Magda vio venir a unos hombres, éstos traían en sus lanzas las presas obtenidas para la comida. En medio de una gran algarabía, descargaron los animales, los limpiaron y los pusieron a asar, mientras  cantaban y hablaban en un idioma que la niña no podía entender.
            No supo cuánto tiempo pasó, pero la carne ya estaba cocida y el aroma era exquisito. Magda estuvo tentada de salir de su escondite, tenía hambre, frío y se sentía muy sola. Un leve toque en el hombro la sacó de sus pensamientos, era un niño, tal vez de su misma edad, que con gestos la tranquilizó, le tendió la mano y la invitó a compartir su comida. Magda aceptó, parecían  amigables. Se acercó al fuego y comió ávidamente, percibió que allí era bienvenida, a pesar de su desazón, se sintió feliz.
            Después del almuerzo, todos se tendieron a descansar.
            Magda los imitó.

             Unas voces, llamándola, la sacaron del ensueño.
            Abrió sus ojos y no pudo creer lo que vio, estaba tendida en el piso del altillo de la vieja casona de sus abuelos. Súbitamente se incorporó preguntándose qué le había sucedido. ¿Había viajado en el tiempo, a otra dimensión o simplemente lo había imaginado?

            El altillo de la vieja casona seguía teniendo ese raro hechizo que no dejaba de intrigarla.

4 comentarios:

trinidad dijo...

Excelente narración de una fantasía aplicable a muchas "Magdas".
Querida Graciela leyéndote volví a la infancia. Felicitaciones y muchas gracias. Trinidad.

Anónimo dijo...

Un lindo cuento Gra !!

Beso Jóse

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Graciela: y...pese al relato, la incógnita persiste. Ese altillo tendrá, por siempre, el sabor de lo desconocido. Muy bueno. Te abraza,

Graciela María dijo...

Buenísimo... Regresar a aquello que ansiamos y también tememos. Felicitaciones.