miércoles, 23 de mayo de 2012

Marcos Polero-Argentina/Mayo de 2012


FANTASMAS


Llevados por una insana curiosidad y desoyendo el consejo de los ancianos, los diez guerreros intrépidos se aventuraron en el Bosque maravilloso para probar su valor.
El Bosque maravilloso, también llamado La aldea de los torreones, era un lugar prohibido. Distaba a tres días y medio de caminata. Se distinguía en la espesura con una demarcación precisa. Allí la tierra cambiaba a piedra moldeada de caprichosos contornos, como si los dioses hubieran convertido la roca en barro dándole formas según su antojo.
Se divisaban filas de altísimas torres de cavernas cuadrangulares cubiertas con plantas trepadoras.
Al adentrarse en  las cuevas, los  guerreros encontraron millares de esqueletos humanos esparcidos por doquier. Sobre unos caminos con forma de  cintas, alrededor de las atalayas,  hallaron carros inverosímiles que se sucedían interminablemente. Dentro   de ellos, en general, había una o varias osamentas.
¿Qué terrible peste, o qué calamidad había arrasado a esa mágica civilización?

Dicen los viejos de la tribu, que hubo un tiempo muy remoto en que los hombres vivían en esas extrañas aldeas.
 Dicen que los abominables fuegos del cielo quemaron a esos hombres por pecados inconfesables sobre cuya naturaleza se imponía el silencio del tabú.
Dicen que los dioses sembraron de verde los campos destruidos y mandaron a los sobrevivientes a obedecer las leyes del Tótem sagrado.
Dicen que todo ocurrió en tiempos muy remotos, hace muchas generaciones.

En su recorrido, Unaxé, el líder de los intrépidos, se topó con una cueva subterránea. Al entrar, los hombres hallaron filas de asientos, en la mayoría de ellos había esqueletos  todavía sentados. Al frente se alzaba una tarima y en la pared un rectángulo pulcro y blanco.
          Recorrieron las diferentes celdas que rodeaban el sitio, en una de ellas examinaron con desconfianza un aparato incomprensible.
Atolú, el hijo mayor de Unaxé, tocó algo. Se escuchó un chasquido y un zumbar terrorífico que dejó petrificados a los guerreros.
Y en la superficie blanca, como un conjuro de Oxhú (dios guardián de la muerte) unos seres aparecieron de pronto emitiendo extraños sonidos. El color de esos fantasmas variaba en tonos de gris, su consistencia era etérea.
Hivitá, el más aguerrido, los embistió con su lanza, los traspasó limpiamente sin hacerles daño y fue a dar contra la pared.
Los fantasmas no parecían notar la presencia de los valientes. Había una mujer de cabello claro y hermosos ojos  acompañada por un hombre de mediana edad no muy corpulento, ambos con vestimentas que los cubrían hasta el cuello. El varón usaba un raro casco que se sacaba y se ponía en la cabeza mientras ejecutaban una extraña danza, girando y saltando al compás de  una música rara y hermosa. 
Aterrorizado, uno de los hombres de un golpe tiró al suelo el aparato que había soltado los espectros. Éstos  desaparecieron…


La bomba de neutrones destruye todo tejido vivo, sólo deja concentraciones de calcio: huesos. Las estructuras permanecen indemnes, las construcciones no son dañadas en lo más mínimo.
Fue un conflicto rápido y definitivo. La acción se desarrolló en forma automática. Los misiles fueron disparados  desde  satélites. Nadie tuvo tiempo de averiguar quién había comenzado.
El bombardeo no tuvo aviso previo. A los habitantes los encontró haciendo su vida normal.
No hubo espectacularidad, ni grandes explosiones, ni tropas enfrentándose en campos de batalla. 
Aquel cine siguió proyectando el viejo clásico de Fred Astaire porque no quedó nadie  para apagar el proyector. Cuando terminó de pasar completamente la cinta quedó todo dispuesto para que el proyector volviera a funcionar oprimiendo el botón con la inscripción “play”

2 comentarios:

Marta Susana Díaz dijo...

Marcos:
No hay duda: la ciencia ficción es tu fuerte y tu imaginación no encuentra el límite...
La historia: atrapante.
Y Fred Astaire como si nos comiéramos un terrón de azúcar en medio del bombardeo.
Felicitaciones amigo.

Abel Espil dijo...

Hermano amigo,la necesidad de leer este cuento no una sino dos veces es en mi caso, delirante.Es la clara manifestación, que el autor me esta diciendo algo mas que debo disfrutar.
Miramar , la edad, el escribir...ha desarrollado un escritor que no solo maneja imágenes con mucho de realismo mágico,sino que me extasió la sorpresa del bailarín universal.
Abel Espil