jueves, 25 de octubre de 2012

Sol Baral-Provincia de Mendoza, Argentina/Octubre de 2012

La tortilla de la abuela

Viene a mi memoria aquella noche de invierno, cuando estábamos cenando con mi mamá y mis hermanas, y yo dije que extrañaba la tortilla de papa que hacía la abuela
Mi madre fijó sus dos mares celestes y hondos en mi semblante, y con un velo de brillo a punto de convertirse en agua, me dijo que también extrañaba esa tortilla de papa con ocho huevos que preparaba la abuela, que si bien en su terapia había visto que
su madre no había sido  muy afectuosa verbal ni corporalmente con ella , ahora a dos años de su muerte, comprendía que la manera que tenía de demostrarle amor era a través de la comida.
Distinta había sido conmigo, pensé en voz alta, porque además de prepararme el
desayuno y el almuerzo durante toda mi primaria, me besaba la frente o las mejillas bastante seguido. Pero claro, las personas van cambiando y aprendiendo también, por ejemplo a dar cariño de diversos modos, y una buena lección para eso es tener nietos.
Continuamos comiendo el revuelto gramajo que había preparado rápidamente una de mis hermanas, y yo seguí añorando la tortilla esponjosa, jugosa, perfectamente cocida de un lado y del otro, que elaboraba esa polaca de mirada triste, que reflejaba el cielo azul de kielce después de la guerra.

Esa noche me fui a dormir con ella en mi cabeza, pero lo extraño no fue lo que sucedió en sueños sino al día siguiente cuando me fui a trabajar al Jardín de Infantes de mi mamá, donde colaboraba con ella siendo su secretaria, para pagarme las salidas y los viáticos el primer año de la facultad. A las doce menos cuarto del mediodía, un hombre tocó el timbre, fui a abrir como si nada, pensando que era el papá de algún niño, pero resultó ser el repartidor de una rotisería del barrio que traía un pedido. Cuando le pregunté qué maestra se lo había solicitado, dijo que no sabía, que sólo le habían ordenado que entregara ese paquete en esta dirección. Corroboramos este último dato y estaba bien, así que le pedí al joven que me aguardara en la puerta mientras preguntaba a las docentes quién había hecho el pedido.
Cuando volví sin novedades al respecto le dije que debía ser un error, porque nadie en el jardín había llamado a la rotisería, para lo cual me respondió que  igualmente debía
entregarme la “tortilla de papa”, total figuraba que había sido cobrada.
Perpleja, levanté el teléfono para contarle lo sucedido a mi mamá, y emocionada me  aseguró que en la cuadra donde el repartidor me había indicado que estaba el negocio, no había ninguna rotisería...




3 comentarios:

Silvia dijo...

hermosooooooo

Silvia dijo...

ME ENCANTO

Anónimo dijo...

Sol,

Hermoso homenaje a tu abuela a través de relatar sin prejuicios un milagro.
Me imagino que después habrás continuado comiendo el revuelto de gramajos,sino sería un pecado.
Saludos

Luis Siburu
luissiburu@hotmail.com