miércoles, 2 de enero de 2013

María Angélica Guarneri-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2012

La compra de Sofía
Ese día Sofía había decidido comprar un adorno bello y llamativo que hiciera sentir con su presencia en la antesala de su apartamento un lugar armonioso por su estilizada forma y sus colores...
Y esa tarde, ella, comenzó a recorrer la calle principal del barrio buscando un negocio de antigüedades, hasta que uno de ellos, le llamó su atención, un hombre que estaba acomodando en la vidriera diversos objetos de bellos formas ubicándolos de una manera especial para así lograr la atención de la gente.
Los ojos de Sofía, recorrían cada objeto, sin sentir atracción por alguno de ellos, hasta que se detuvieron en una caja precintada apoyada sobre la pared y que el hombre cada tanto la miraba, dando la impresión que no hallaba el lugar donde ubicarlo, así que dio por  terminado su trabajo y se dirigió hacia el interior del negocio llevándose con él la misteriosa caja.
Sofía, que había seguido los movimientos del hombre decidió entrar, es que en ella se había despertado en su mente, la curiosidad de saber que contenía la caja.
El dueño que había observado como ella se quedó mirando como ubicaba la mercadería, se acercó y le preguntó...¿Ha algo en la vidriera que es de su agrado?...¿Se decidió por alguno de ellos?...
_Todavía no _dijo Sofía _¿Sería tan amable de mostrarme que hay en esa caja?...
_¿Cómo no? dijo él _Mientras acercaba la caja frente a él que, con suma tranquilidad quitó los precintos, separó la tapa e introdujo su mano lentamente, retirándola de la misma manera dejando al descubierto el objeto que lo colocó frente a ella. Sofia no pudo contener una exclamación de sorpresa, lo que tenía en frente de ella era un florero de forma estilizada pintada de un azul brillante con pequeñas estrellitas plateadas que el reflejo de la luz las hacían brillar.
Por un momento los dos cruzaron sus miradas, él esperando una reacción de ella que hacia lo posible por aclarar su voz, para que con euforia… “lo compro”…
El hombre aprovechando su excitación acomodó en su rostro una sonrisa y dijo: _¡Sabes! Haz hecho una buena compra, este florero o jarrón antiguo, es valioso, no solo luce un color maravilloso, sino que lleva con el una maravillosa leyenda… si tú lo permites te lo contaré…
 Sofía, asintió la propuesta con un movimiento de cabeza. El hombre sorprendido por la respuesta, ya que no la esperaba, trató de disimular su fastidio, respiro hondamente tres veces, tratando de hacer tiempo para buscar en su mente, la manera de relatar una leyenda inexistente y que con palabras espaciadas comienza a relatar de esta manera…
… “Hace mucho tiempo… en un pueblo ubicado en el norte del país… cuyos habitantes eran aborígenes…”
_ Por un momento callo su voz, luego comenzó el relato con entusiasmo dándole color, uniendo las palabras con más seguridad.
… “Estos aborígenes eran cazadores y rendían culto a la tierra, ya que ella con su fertilidad, hacia que sus cosechas de trigo fuesen abundantes y que el algarrobo dieran abundantes vainas cuyas semillas eran su alimento preferido. Los ancianos decían que el gran Padre, los había bendecido. El algarrobo crecía cerca de un río extraño, donde sus aguas se movían lentamente debido al espeso barro de un color rojizo.
Cierto día un grupo de aborígenes fueron al lugar como siempre para cosechar las vainas de los árboles, al llegar cerca del río vieron a un hombre desnudo de piel rojiza, que con sus manos retiraban el barro rojizo depositándolo al borde de la orilla, luego se sentó al lado del barro y comenzó a amasarlo hasta formar una masa compacta tratando de darle una forma.
Tan inmerso estaba en su creación que no advirtió, que era observado por los aborígenes que respetaban su aislamiento, y que con sumo cuidado tratando de no hacer ruido retomaron el camino, cruzando el río perdiéndose en el espeso ramaje del bosque, donde recogieron las vainas que acomodaron en sus cestos hasta verlos repletos.
Ellos, contentos por su cosecha, decidieron volver a la aldea, además el cielo amenazaba tormenta y como debieron cruzar el río antes de que se desbordara lo hicieron rápidamente. Tomando otro sendero para no molestar al hombre de piel rojiza.
Esa noche, mientras separaban las semillas, comenzó a llover torrencialmente, el temporal desataba su furia contenida, haciendo que las aguas de los ríos salieran de su cauce inundando parte de la zona.
La tormenta amainó el amanecer el sol se presentó con su luz radiante, los aborígenes se habían reunido para seguir separando las semillas de la vaina, uno de ellos recordando al extraño hombre de piel rojiza y pidió a sus compañeros ir al lugar donde él estaba para ofrecerle ayuda en caso de que lo necesitaran no tardaron en llegar al lugar el hombre no estaba, pero si descubrieron que en su lugar apoyado contra un tronco un jarrón rojizo que seguramente el con sus manos lo había moldeado.
Por un momento el asombro de ellos se transformó en silencio, hasta que un aborigen que se había acercado a la orilla los alarmó con sus entrecortaos gritos_: !Miren el barro hace burbujas¡ Todos pensaron lo peor así que comenzaron a hundir sus manos, buscando el cuerpo del hombre, pero todo en vano, allí, no había nada.
Ante el fracaso de la búsqueda, regresaron llevándose el jarrón, lo pintaron de azul salpicándole estrellitas plateadas, ubicándolo en un lugar privilegiado donde el sol hacía que su color se resalte hasta segar los ojos, además en su interior colocaron varias vainas de algarrobo.
Por muchos años se contó la leyenda, se dice, que una vez al año, se ve en el barro rojo subir las burbujas."
El hombre calló su voz, respiró hondamente, sus ojos, recorrieron el rostro el rostro de Sofía esperando que le leyenda le hubiese fascinado esto significaba para él una venta segura. y así fue, Sofía pidió que envolviera la caja, pagó su valor y agradeció al hombre su atención y se retiró del negocio convencida de que llevaba con ella un objeto de valor.
El dueño la siguió con su mirada hasta perder su figura, en su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción, no solo por el relato inventado sino por la venta realizada.
Tanto era su alegría que no pudo controlar su ego, porque desafiando al eco del negocio con voz alterada, se dijo- !Caray¡... Por fin me saque de encima ese horrible jarrón...


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