viernes, 23 de agosto de 2013

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Agosto de 2013

UN EGO DESMEDIDO
                
                                                            (Una recreación sobre el cuento de Anton Chejov, El Drama.)

            El jurado dictó su veredicto, declarando inocente al acusado…
            Sin embargo toda esta historia de locura y muerte, había sido tan sólo, producto de la mente enferma de Pavel Vasilich. En la realidad seguía siendo tan libre como siempre lo había sido, porque en ese ataque de demencia provocado por la extensa lectura del Drama, tomó el filoso abrecartas y descargó su furia, no en la cabeza de la mujer, como él se lo imaginó, sino en un cojín, cuyo interior voló dejando la habitación convertida en una plaza nevada de plumas. La autora del Drama, la señora Murachkin, al ver las intensiones de Pavel Vasilich, salió corriendo de la casa del renombrado escritor, olvidándo totalmente su manuscrito. Pasado el primer susto, concluyó que el convertirse en escritora probablemente la pondría tan loca como Pavel y desistió de continuar con su empeño, y tal como lo tenía presupuestado se fue a la ciudad de Kazan. Total, en casa la esperaba otra copia del manuscrito olvidado en el salón del escritor. Mientras, Pavel Vasilich, estuvo largo tiempo encerrado en su habitación como ajeno a todo, aceptando sólo los cuidados de su criado. Cuando se sintió un poco mejor y pudo pensar cuerdamente, recordó el incidente y se hizo la pregunta: ¿Qué habría causado su ataque de locura cómo para querer dar muerte a una mujer? ¿Y por el sólo hecho de encontrarse saturado por su interminable lectura? Pasó mucho tiempo meditándolo, no podía sacar de su mente aquel incidente, hasta que un día pidió a su criado:
            - Busca entre mis papeles el Drama de la señora Murachkin.
            -Señor, cree usted que será apropiado que vuelva a leer esa obra -Le contestó preocupado.
            -¡Ve y trae lo que te he pedido!- Insistió molesto.
            Al poco rato, volvió el criado con lo pedido por Pavel, quien le ordenó en forma perentoria:- ¡Y ahora no me molestes hasta la hora de la cena! Y si viene alguien por mí, no estoy, he salido a otra ciudad. El empleado asintió con un gesto la orden de su patrón y salió cerrando la puerta para dedicarse a sus obligaciones.
            Mientras leía el manuscrito,  al comienzo con muy poco interés, luego fue adentrándose en el verdadero drama que la obra ocultaba y pronto quedó prendido de su lectura. Todo estaba en silencio sólo se escuchaba el tic-tac del reloj de péndulo que presidía su estudio. Y no se dio cuenta del tiempo transcurrido hasta que la claridad del día debió ser reemplazada por la luz de su lámpara de escritorio. Ya tarde concluyó la lectura y con una campanilla llamó a su criado.
            -Iré al comedor a servirme la cena, puedes colocar otro lugar y me acompañas con la tuya. El hombre, no podía creer lo que escuchaba. Por primera vez, después de largos años a su servicio, Pavel Visilich tenía un gesto de gentileza al invitarlo a cenar con él.
            -Bien señor, arreglaré la mesa y en diez minutos puede ir a sentarse.
            Esa cena, para Pavel y su criado fue memorable. Ambos disfrutaron no solamente los exquisitos alimentos, sino también la alegría de una conversación amable que hacía presumir que la mente del escritor, por fin había vuelto a la normalidad. Cuando estaban terminando el café, de pronto Pavel dijo: -Mañana al medio día voy a tomar el tren a Kazan, le haré una visita de cortesía a la señora Murachkin.
            -¿Le puedo preguntar al señor ¿Cuántos días demorará su viaje? Pavel le contesto:- ¡Hum, realmente no lo sé! Creo que por un par de días. En todo caso te avisaré de mi llegada por correspondencia.

            Y pasaron bastantes días, casi cercano al mes, antes de que Pavel Vasilich diera luces de vida. Llegó una carta de Kazan, anunciándole al criado que llegaría en breve con su nueva esposa, la señora Murachkin. Terminada la lectura el buen hombre debió apoyarse en una silla al enterarse de tal noticia. No pudo saber más detalles porque la nota era escueta y sólo hacía mención de tener las habitaciones debidamente arregladas, igual que la vajilla y cubiertos, junto con la mantelería.
            Por fin llegó el día esperado y por la tarde hicieron arribo al hogar los recién casados, Pavel y la ahora señora Vasilich. La casa estaba dispuesta con todo preparado. El regio comedor totalmente iluminado haciendo relucir la plata de los cubiertos y el fino cristal de vasos y copas. Vasilich se veía encantado y otro tanto su nueva mujer, comentando la puesta en escena del Drama en el mejor teatro de la ciudad. Hablaron del elenco y de toda la organización de la obra, dejando la dirección al mejor productor del  momento. 
            Y así transcurrieron muchos meses en que el matrimonio pasó bastante ocupado por la puesta en escena de la obra, cuyo financiamiento lo había hecho en su totalidad Vasilich, al extremo que prácticamente, todos los integrantes del elenco pensaron que la obra era del escritor, nunca se imaginaron que había sido escrita por la obesa señora Vasilich.
            El día del estreno, toda la casa estaba a punto para recibir a los miembros del elenco y algunos invitados dispuestos a homenajearlos, después de la representación. Pavel Vasilich, se veía impecable dentro de su nueva levita y sombrero, comprados para la ocasión. En cambio la señora Vasilich, lucía como un arrollado dentro de su escotado vestido negro, no obstante la faja a presión que se colocó con la ayuda del criado. Su rostro maquillado ostentosamente, en su cabeza lucía un prendedor de plumas negras y brillantes, que semejaban la cola de un ave tropical. Encima una capelina de pieles oscuras, disimulando lo gracioso de su aspecto. Tomaron con bastante anticipación el coche que los conduciría al teatro y al criado le pareció verlos muy felices, observándolos a través del visillo del salón.

            El cuartel de policía esa noche estaba desierto, sólo un funcionario afirmándose la cabeza con la otra mano escribía en una hoja, a desgana. De pronto vio entrar a un caballero vestido con levita y sombrero, pero totalmente descompuesto, sus ojos eran los de un ser extraviado. Mostrando sus manos como un poseído, dijo al policía:-
             ¡Ahora sí, por fin lo he conseguido! Con estas manos he puesto fin a la carrera literaria de la señora Murasckin...! Maldita bruja!... nadie es mejor que Pavel Vasilich. Después de la presentación, debí reconocer que la obra era de ella. ! Cómo odié ese momento!, ¡Pero me aseguraré que esa obra jamás sea presentada nuevamente!





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