viernes, 21 de febrero de 2014

Ainhoa Bárcena Escarti-Madrid, España/Febrero de 2014




El inicio del fin

A lo lejos se veían llamas, centelleos que zozobraban al arrullo del viento que poco a poco se iban convirtiendo en una suave brisa. La nana del chisporroteo del fuego aun acariciaba sus oídos. Estaba hambriento y sediento. Arrastraba casi sin fuerzas el carromato. En su cerebro, la sed de mil años empezaba a hacerle desfallecer como si en su cuerpo solamente quedaran un par de gotas de vida. Echó una última vista atrás, vio la ciudad hecha añicos y una sonrisa irónica se dibujó simuladamente en sus labios resecos y ajados. No era el apocalipsis, aún no, era temprano para eso. Sólo eran él y la sed, él y el hambre de mil años. Cruzó el viejo pórtico que le daba la bienvenida a su antiguo hogar. Llevó los carromatos hasta la despensa y la llenó de cuerpos metropolitanos sin alma. La prole despertó con la inocencia abrupta de los seres que nacen con más ansia de la que pueden saciar en su vida, violentamente famélicos. Uno a uno, limpió las últimas gotas de sangre de las dulces bocas aniñadas de sus hijos. Vio que aún no estaban maduros, y pensó:
-   El apocalipsis tendrá que esperar otros mil años.
Los recostó, les besó en la frente y cerraron los ojos dejándose recoger en un profundo, profundo sueño.
 

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