viernes, 21 de febrero de 2014

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Febrero de 2014

OTRA REALIDAD
                                                                                      “Estaba pisando el suelo, 
pensando que era el
                                                                                      cielo…”
 Andrés Calamaro.
El barrio quedó escondido por los años que se fueron amontonando sobre sus veredas  y ocultaron aquellos vecinos que dialogaban o discutían según sus características, a veces sentados en las puertas de las casas o en los umbrales. Algunos con un mate en la mano. Otros con la mirada perdida, pensando quizás en sus ancestros de distintos países. Las casas se fueron  superponiendo una sobre otra hasta crear moles de edificios, con amplios balcones y los almaces dieron lugar a los supermecados. Las panaderías terminaron siendo confiterías, elegantes cafés. Aparecieron restaurantes reciclados,  amplios, con más detalles en los servicios y los locales  de ventas se transformaron en imitación de otros tantos de zonas de mayor consumo.
En los nuevos edificios,  el individualismo sube y baja por los ascensores y en muy pocos casos - cuando la luz se corta- se muta en algo más sociable. Los saludos del barrio se fueron perdiendo... Los más interesados en no hacerlo son tropillas de perros de distintas razas que se saludan a través de un ladrido o se enfrentan a otros ladridos, o se atraen cuando el celo los monta en un aullido. Uno que otro gato escudriña los lugares, atento.
Escuelas sin cupos para alumnos, baldosas levantadas que producen accidentes permanentes, calles cortadas, autos y camiones  desfilando,  apretadamente las 24 horas. Un Spineta  encajonado,  en lugar de brindarle un sencillo pero importante monumento, al menos como recuerdo por tantas canciones que siguen dando vueltas en las bocas de la gente.
Y allí dentro,  en esa construcciones de pisos y pisos, ornamentadas en general, aparecen ciertas situaciones delirantes o  muy pocos divertidas. Habitantes que persiguen  encargadas de edificios, maltratándolas, lastimándolas con palabras, dejándoles como recordatorios coloridos hematomas,  amenazas.  Otros, muñequitos  de torta que erectos en la puerta, ostentan que custodian como gendarmes los departamentos encimados hasta formar edificos. Como estatuas.  La quietud de las noches es interrumpida desde los viernes por músicas altisonantes y visitas en algun momento de mariachis mientras por la televisión pasan el video de Pablo Escobar.
Noches en un balcón junto a una vela o la luz de un celular o una linterna esperando que Edesur termine con el corte y como si fuera poco el olfato de algún propietario que dice aspirar monóxido de carbono  y por su cuenta hace la denuncia  y  en consecuencia sigue la excavación en la vereda, un corte de gas general debiendo regresar a  la ducha en casa de los hijos o algunos en simples palanganas como en la época de la colonia. Viejas cañerías que no se revisaron en el tiempo.
La desconfianza de alguna vecina más que implantada en el asiento de su coche, frente a su habitat,  sacando fotos de aquellas personas que  entran a algún edifico  con la obsesión de la posibilidad de que sean ladrones, o simples invasores de intimidades,  mientras confiesa  su situación persecutoria  y el terror de sólo pensarlo. En realidad,  no logra comprender que está haciendo la  regresión a una infancia lejana, a aquél  juego de  policías y ladrones.  Y olvida que no es la poseedora de toda esa contrucción sino una sencilla mujer  que vive en uno de los tantos departamentos.
Un rosario de cuentas terminó formándose, donde: la desconfianza,
 la altanería,la desvalorización del respeto
 y
 la alegría,
  acarriadas por   la soberbia
-todas ensambladas-
concluían con un broche  dos  astillas cruzadas.

Y siguen pasando los años. Es el tiempo que no tiene pasaje de vuelta. Y te detenés y reconocés que los ideales te llevaron, influyeron porque creíste en ellos, y a veces lo hicieron como simples máscaras venecianas. Sólo eso. Y lo creíste. No pensabas en el uso de los otros, en la búsqueda de seres como objetos, dinero, como simples bastones. Y una tarde, ya cuando los días se acortan en tu alma, reaccionás y los ojos se transforman en luces encendidas, asombradas que alumbran y titilan y te muestran otra realidad. La de haber vivido.

1 comentario:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Alba: una enumeración de paisajes cotidianos, de los que formamos parte, muy bien enumerados y explicados. Mi saludo,