jueves, 24 de julio de 2014

Adriana Mónica Suárez Blas-Argentina-Literarte soporte papel/Julio de 2014



El cuarto

El cuarto olía a tiempo, quizás ese ambiente lo imponía la sobre abundancia de muebles viejos.
La claridad se enfrentaba en una dura batalla con la oscuridad que yacía agazapada repleta de pesadez y nostalgia de otros tiempos, de  otra vida.
Al  entrar  al cuarto  su presencia gozó de la total indiferencia  de las partículas de polvo que flotaban en el aire como constelaciones buscando donde orbitar.
Él, contemplo todo con sus ojos de ausencia.
Era tan etérico que sus pasos no dejaban huella sobre la alfombra. Su delgadez extrema, por falta de sustancia, lo hacía más... volátil.
Nada de lo que allí había ya le pertenecía, hasta los recuerdos se evaporaban como las naftalinas guardadas en los cajones de los muebles  y cuyo aroma impregnaban  el cuarto.
Se sintió solo muy solo, sin esperanzas.  Entonces, tomó conciencia, respiró hondo y atravesó la pared.



La hormiga

Había una vez una hormiguita, que un buen día de primavera, mientras tomaba un poco de  néctar bajo una gran hoja de parra, comenzó a preguntarse: “¿Este espacio que va desde la planta al hormiguero es el mundo?  Con el corazón lleno de valentía decidió averiguarlo y transformarse en una hormiga exploradora. Sus amigas, las otras hormigas, alarmadas por semejante atrevimiento  le decían
“¡¡¡no sea loca!!!”, “¿adónde vas?”, “hay peligro mas allá de las filas”, “muchas hormigas exploradoras no han vuelto…” Pero la hormiguita, que se llamaba Juana, no quería oír voces cargadas de temor,  estaba dispuesta a conocer más allá del hormiguero.
Caminó  y caminó…todo lo que sus pequeñas patas le permitieron. A  medida que recorría lugares  iba haciendo senderos…  y  conociendo: flores de múltiples fragancias, hojas  de diferentes tamaños y texturas, diminutos charcos  que saciaban su sed. También  encontró otros insectos con idiomas desconocidos por ella y que por necesidad de compañía  aprendieron a comprenderse.
En un despejado día de sol  mientras paseaba entre  la hierba, se topó con  un  grillo cantor llamado Manolo. Este interpretó hermosas melodías  mientras movía su redonda cabeza de aquí para allá  y entre  el ¡cri..!¡cri…! y el  ¡cri-cra..! se fue formando una maravillosa amistad.
El nuevo compañero de viaje le propuso llevarla  entre sus alas  hasta lo más alto de las ramas del viejo  árbol  de nogal  para que pudiera ver desde lo más alto todo el jardín.  Mientras ascendían por su tronco, el árbol empezó a reír a carcajada porque las patas del grillo le daban cosquillas pero  la hormiguita se hallaba fuertemente sujeta a su amigo saltarín; estaba resuelta a ver...   Cuando llegaron a la rama más alta, sus pequeños ojos  se encandilaron ante   la bastedad del inmenso jardín. Su  pecho  dio un brinco y el asombro le fue ganando todo su cuerpito hasta hacerla temblar por un instante. Contempló  el colorido de la multitud de flores y plantas que ella no conocía.

Ante tanta belleza  tomó  otra  determinación, ir más allá aún…Explorar  el bosque.
Manolo le dijo que la acompañaría donde fuera, que para eso estaban los amigos. Y los dos emprendieron la nueva aventura.
Las  hormigas de la colmena  comentaron por años la valentía de Juana   que  pasó a ser una leyenda.
Cuentan los insectos  que  hasta hoy, por el  miedo y la comodidad del hormiguero, ninguna otra hormiga  se atrevió a imitarla.



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