sábado, 23 de agosto de 2014

Ita Espinoza Mandujano-Chile/Agosto de 2014



EL MILAGRO                  


            La pena la embargaba desde hacía cuatro años. Su hija menor había abandonado el hogar, sin que ella pudiera comprender cuales fueron los motivos que la llevaron a tomar tal actitud. Fue la niña mimada de la familia, igual que Néstor, el mayor. Cómo no querer a esa niña de grandes ojos verdes y mirada  soñolienta, educada con esmero y dedicación para compensar el dolor por la muerte del padre. Ocurrido cuando era muy pequeña. A veces Leontina, la madre, la encontraba muy parecida a su esposo y su amor se acrecentaba. Ahora se preguntaba ¿En qué habría fallado o qué habría sucedido para que Ligia, los abandonara y ni siquiera se comunicara con ellos?
            Néstor, se preocupaba de consolar a su madre. Sin embargo tampoco entendía  la determinación tomada por su hermana, que causaba la tristeza de Leontina, siempre cabizbaja aunque no lloraba tanto como al comienzo. Había dejado de ir a trabajar a la ferretería, un negocio familiar que les dejara el padre. Ahora todo estaba a cargo de él. La policía tampoco había podido encontrarla a cuatro años de su desaparición. ¿Dónde y cómo estaría ahora? Tenía 18 años cuando se marchó, el tiempo había pasado vertiginosamente, sin embargo, para su madre éste no había transcurrido.
            Néstor la advirtió muy sola, de manera que, un día se cruzó por su mente la posibilidad de que sus caricias y atenciones las pudiera brindar a un niño pequeño. Él aún no pensaba casarse, el hacerlo significaba dejarla completamente sola. Se acercó al sillón donde ella reposaba. Besándole  la frente, le dijo: -Mamá. ¿Te gustaría que ayudáramos a un niño que lo necesite? Podemos ir a un internado para solicitar permiso para visitar a un menor que no tenga familia. Tratando de agradecer el solícito cariño del hijo le contestó: -Está bien, preocúpate de los trámites-.  En realidad sería una bonita acción. -Conozco un amigo que trabaja en un hogar donde llegan niños de protección, enviados por el juez de menores. Ahí hay varios niños pequeños a quien nadie los reclama y  no deberían estar allí. Te invito para el próximo domingo, mi amigo estará de turno y nos dará la posibilidad de conocerlos.
            Durante la semana madre e hijo conversaron sobre su próxima visita y Néstor vio más animada a su madre. De tal manera, que cuando llegó el día, acudieron al internado con variadas golosinas para repartir a los pequeños. El amigo, los recibió con gran cordialidad y luego de una breve conversación los invitó a visitar el patio donde jugaban los menores. Señalándoles aquellos que carecían de visitas. Leontina, se sintió muy emocionada siguiendo con la vista a los pequeños que corrían en el patio. En un rincón apartado del resto, un pequeño de más o menos cuatro años miraba el juego de sus compañeros.
            Preguntó al amigo por este pequeño que llamó su atención. Le relató que había ingresado hacía dos semanas desde La Calera. Allí, había sido abandonado en una casa en la que su madre arrendaba una pieza. No tenían más antecedentes sobre él. Solamente su nombre, Andrés López. Al llegar todos lo llamaron como Andresito por ser el más pequeño. Se interesaron por conocerlo de cerca. Frente a ellos, el niño los miró desconfiado a través de sus hermosos ojos verdes. A Leontina le recordaron los de su hija y preguntó a Néstor la posibilidad de frecuentar las visitas o solicitar  permiso para llevarlo a su hogar. Néstor, estuvo de acuerdo y preguntó a su amigo inspector la posibilidad de que así fuera. Este les indicó que deberían acudir al día siguiente para conversarlo  al Servicio Social, quienes eran los encargados de otorgar tales autorizaciones.
            Leontina regresó muy entusiasmada a casa, el menor le había robado el alma y hacía miles de proyectos incluyéndolo. Al día siguiente acudió ella sola a pedir la autorización. Se la concedieron, pero con la condición de hacerla efectiva, luego de varias visitas al hogar y la autorización consistiría en llevarlo de paseo a su hogar. Desde el domingo siguiente, no falló ni uno solo para visitar al pequeño. Ambos terminaron por encariñarse, lo mismo le sucedió a Néstor. Andresito, les devolvió el afecto a tal punto que se mostraba reticente de regresar al internado los días de salida. El afecto que sentían por el niño iba en aumento a tal punto que decidieron adoptarlo. Comenzaron a efectuar las averiguaciones pertinentes. El tropiezo más grande con que se toparon en el Servicio Social, fue el desconocimiento de la inscripción de nacimiento. Transcurrió casi un año de espera. La asistente social a cargo del caso, fue hasta la casa en que dejaron abandonado al menor. Con los pocos datos que pudo obtener concurrió al Registro Nacional de Nacimientos.
            Una mañana Leontina recibió una llamada para acudir al hogar. Al parecer ya había sido ubicado el certificado de nacimiento. Toda ansiosa, pidió a su hijo la acompañara. Por fin iban lograr adoptar al niño. La profesional la recibió sonriente. Sin embargo le aconsejó no hacerse grandes esperanzas. Los datos del certificado de nacimiento coincidían con el niño, por lo menos se conocería el apellido paterno indicado por la persona que había arrendado la pieza a la pareja que abandonó al menor. Desanimada ante la duda, preguntaron la posibilidad de que al adoptarlo le dieran sus apellidos. –Todo depende del juez de menores.- contestó la asistente social y les mostró el certificado de nacimiento para que lo revisaran.
            Leontina cogió el documento en sus manos y comenzó a leerlo. De pronto, su rostro se transfiguró. Llamó nerviosamente a su hijo para que leyera el papel, mientras irrumpía en lágrimas. Néstor, trémulo, dijo a la profesional- ¡Señorita! la persona que figura como su madre, es mi hermana desaparecida.-Unos discretos lagrimones corrieron por su rostro mientras abrazaba a su madre. – ¡Mamá es tu nieto!, ¡Es mi sobrino!, ¡Es un milagro!





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