jueves, 22 de enero de 2015

Alberto Feldman-Argentina/Enero de 2014

El escritorio de Ignacio               

      
    Ignacio, antiguo director de orquesta, ingeniero y profesor,  ha descubierto que aquello que pugnó toda su vida por salir a la luz, su  deseo de escribir,  se ha hecho presente  en la edad  jubilatoria, haciendo pasar a segundo plano sus otras actividades.
Pero no todo se desliza en su escritorio con la tranquilidad  que necesita para concretar su deseo.
    Nuevamente, como cada vez que se sienta a escribir,  se oye el sonido  burlón,  muy desafinado y en doble cuerda,  del acorde más grave del violín que cuelga  en la pared frente a él.
 Un  negro y brillante clarinete,  colgado al  lado del violín,  también  para molestarlo deja oír, rápido como un rayo,  las doce notas de su escala cromática más aguda.
  Ignacio ya no se sobresalta, como lo hacía al principio, por las pullas de estos antiguos amigos,  ahora despechados porque los dejó a ellos  y a la Música por la Literatura, y que  tratan de distraerlo de  su elección definitiva como si fueran niños caprichosos.
  Cuando parece que los protestones se  hubieran llamado a silencio, el violoncello, que descansa en una esquina de la habitación,   detrás del escritorio,  con un acorde  muy  grave y atrevido de sus cuerdas  flojas,  hace temblar la hoja de papel recién comenzada.
Ahora sí se enoja un poco nuestro amigo, mira hacia atrás con expresión severa y  con un índice perpendicular a sus labios pide silencio y respeto.
  Los instrumentos  se callan, pero solo  por un momento. Esperan que  ordene a su mano  escribir una  frase, para comenzar nuevamente con su  secuencia de  ruidos molestos.
Así se repite varias veces la misma escena hasta que el antiguo director de orquesta devenido escritor, hace algo que hubiera querido evitar, para no mezclar el presente con el pasado: toma  de un portalápices su  ya amarillenta batuta de marfil y  empuñándola con decisión, con un solo movimiento vertical de arriba abajo, impone silencio a los díscolos.
  Y ahora sí  consigue Ignacio  la tranquilidad necesaria para  completar el trabajo al que le  dedica ahora sus afanes.


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