sábado, 20 de junio de 2015

Ascención Arraigada-Chile/Junio de 2015



LICHA, MI COMPINCHE
Vivía en el barrio Lira, en un amplio departamento del segundo piso, sin patio ni jardines. Mi familia contrato a una nana del Sur para que la niña, o sea yo, saliera todas las tardes. La nana se llamaba Licha y era muy juguetona. Salíamos a un área verde cada día, a la Plazoleta San Isidro o bien a la Plaza Vicuña Mackenna. También visitábamos el Parque Bustamante, más extenso e enigmático, árboles añosos con gruesos troncos me permitían correr hasta el infinito. Juntábamos hierbas y construíamos sillas y otros muebles para las muñecas. El sol casi invisible, luchaba por filtrar sus rayos entre las ramas y hojas, se respiraba diferente. La Madre Natura se imponía sobre nuestros espíritus. Nos sentábamos en el pasto, jugábamos con los chanchitos de tierra. Buscábamos infructuosamente tréboles de cuatro hojas.
En ocasiones yo iba en mi triciclo, me gustaba éste Parque, considerado gigantesco para mis tres años. Algunas tardes venía Antonio, el pololo de Licha, risueño y simpático, quien estaba haciendo el Servicio Militar. Con él nos alejábamos hasta una Fuente de Soda, donde podíamos pedir bebidas, té o lo que quisiéramos. Mi favorito era el Sorbete Letelier con una guinda en su interior. Antonio era muy amable, a Licha se le veía radiante, yo feliz de verla tan contenta. Él nos contaba de la vida en el regimiento, anécdotas e historias del campo, ambos eran del mismo pueblo, sin luz eléctrica ni modernidad, toda una aventura para mis cortos años.
A veces nos arrancábamos, éramos nosotras quienes íbamos a escondidas a visitar al pololo de Licha. Me gustaba acompañarla, era emocionante, subir en micro y ver desfilar calles y más calles, casas con gentes desconocidas, corríamos hasta el Regimiento Buin. Antonio siempre muy amable y cariñoso, nos compraba bebidas y dulces. Era un pololeo como los de antes, sin tanto exhibicionismo. De regreso reíamos y comentábamos la aventura, felices. Luego llegábamos a casa como si nada.
En otras ocasiones, Antonio venía a verla, bajábamos a dar una vuelta, yo en mi triciclo azul, nos sentábamos en las gradas, a la entrada del edificio a saborear helados o chocolates. Todo marchaba bien, hasta que en un atardecer, llegó de improviso mi madre, e hizo el escándalo....Gritos... ¡recriminaciones!... Que era el colmo... ¡que para eso la nana tenía sus días de salidas! Licha lloraba, explicaba que salía domingo por medio y que no siempre coincidía con los permisos de salida de su pololo... Mamá exclamaba... ¡Que a la niña le podía pasar un accidente!...¡Que ella no la cuidaba!... etc., etc., etc. Yo tiraba de su ropa, gritaba, lloraba, que Licha me quería, me cuidaba mucho, que me gustaba salir con ella, que Antonio era muy simpático, que él también me cuidaba. Todo fue inútil, nada la conmovía, Licha era culpable.
Entré a la casa muy triste, sólo quería llorar, me dirigí a mi dormitorio, pero, en el trayecto cambié de idea y fui donde Licha, nos abrazamos y juntas lloramos hasta que me llamaron para cenar; no tenía hambre, pero por sobre todo no quería estar con mi familia.
Durante la comida, mantuve la vista baja, tragué lentamente sin saborear los alimentos. Lágrimas seguían rodando por mis mejillas, a nadie le importaba. Luego debía acostarme, Licha como siempre me preparó la cama y me colocó el camisón. Esa noche ambas sentíamos que algo bueno había desaparecido para nosotras.
Más tarde vino mi madre, quería charlar conmigo, se sentó junto a mí, nunca antes lo había hecho, ni siquiera cuando estuve con alfombrilla y la fiebre me atormentaba, la miré y me volví hacia la muralla, dándole la espalda. Después de un rato se fue.
Entonces pensé: - Yo no entiendo a mi madre, Licha y mi abuela son las personas que me cuidan, se preocupan de mí, me visten, peinan, están conmigo. A ella la veo poco, por su trabajo, por sus compromisos, cuando yo le pido algo, inmediatamente llama a Licha. ¿Por qué tanto alboroto? Antonio es amable, me trata bien, no viene todos los días. Además, cuando a veces salgo con mi mamá, vamos al carrusel o al circo, también ella va con su pololo y él no se ocupa de mi, habla y habla de sus asuntos. 
Ese fue el fin de nuestras aventuras, después cuando salíamos, mi abuela aparecía de repente, nos iba a vigilar. Lo lamenté mucho, no por las golosinas, la habría acompañado igual sin ellas, sino por el encanto de conocer más allá de los límites del vecindario.
A la semana siguiente Licha dejó nuestra casa. Me sentí abandonada, había perdido a mi compañera de juegos, a mi amiga y confidente. Mi familia jamás se enteró de nuestras correrías por Santiago, ni de las visitas al Regimiento Buin.

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