domingo, 21 de junio de 2015

Nina Pedrini-Argentina/Junio de



LA CIUDAD MÁS BELLA DEL MUNDO

 Invierno entró a la ciudad, sin pedir permiso , llegó, tal vez , desde el río, arremetiendo desde el mar hacia la costa, las aguas siempre de color marrón, cargado de humedad, niebla y frío que hubo obtenido en el Atlántico Sur. Puede que lo haya hecho montado sobre una de las tantas nubes que empujaba el Pampero, viento fuerte, frío y despiadado. En este caso, provino desde el desierto conquistado al indio, despejando el cielo de tormentas feroces.
Cuando por las noches la sudestada embestía embarcaderos, cuando las naves de velas blancas, henchidas de orgullo, reposaban y soñaban con paseos al sol y brisas suaves, pintando el horizonte de alas blancas, con rumbo fijo. En los momentos en que el río de plata plasmaba el paisaje candoroso, apacible, luminoso, los árboles fueron abandonando sus vestiduras, las calles se cubrieron con la hojarasca, los naranjos fueron abatidos por la legión invasora del este y del oeste. Las calles se resignaron al triste destino de ser cubiertas por la escoria esparcida por el intruso.
Un malón avanzó sobre los grandes edificios, los tejados de los hermosos chalets quedaron a merced de la embestida. Las casillas humildes, precarias, se perdieron en la vorágine.
Los habitantes se arroparon en sus armaduras acolchadas, cubrieron sus cabezas cual caballeros andantes, salieron rumbo a sus tareas cotidianas, enfrentaron al gigante.
Una mañana, una luz despertó las esperanzas; el Rey Sol asomaba entre los nubarrones.
Invierno aminoró la marcha, el río volvió a ser la fuente plateada, los árboles aquietaron sus ramas, todavía desnudas. Y los pájaros,  no obstante la desolación, se abocaron a la tarea de explorar el suelo tan enmarañado. Era el tiempo de reconstruir los nidos, la nueva prole se había anunciado.
Caravanas de hormigas cargaban ramitas y hojas, transitando grandes distancias almacenaban lo recolectado. Alguna lluvia se habría guardado el visitante. También era posible que se apareciera repartiendo nieve o aguanieve o heladas.
Invierno no contaba con la resistencia de los pobladores de esta ciudad. Estaba muy ocupado proyectando nuevos desastres. Los hombres, los pájaros, los insectos lo conocían desde tiempos remotos. Sabían cómo enfrentarlo y vencerlo.
La vanidad no le había permitido darse cuenta de lo cambiado que estaba el mundo. Esta ciudad, bordeada por el río oscuro y plateado a la vez, creció, se armó de eso que llaman “tecnología”. No aflojó, ni se dejó vencer.
Seguiría siendo la hermosa ciudad jardín aun con la presencia de Invierno tratando de derrotarla. Las casa con techos de tejas que, alguna vez destruyó con una caída de granizo gigante, estaban bellísimas, los naranjos volverían a perfumar las calles, los pájaros anidarían luego de despedir sin lágrimas al malvado y arrullarían a los nuevos miembros de las familias. Despertarían con sus trinos a los remolones que nunca faltan, para que, ya sin armaduras, transitaran  por las calles, orgullosos de pertenecer a la Ciudad más bella del Mundo.

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