sábado, 22 de agosto de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Agosto de 2015



VALPARAÍSO, MEDIA NOCHE


Carlo Martín Puntiagudo Galindo, sentado junto al escenario en el “American Bar” lleva puesta su gorra griega. La visera le cubre los ojos y no es fácil percatarse de la inyección de sangre en su retina. Es asiduo parroquiano del local, no llama la atención su permanente estadía en el atiborrado antro. El humo de cigarrillos da un tono azulado al ambiente enrarecido. Son las 0.30 y “Lorna”, inicia su show de medianoche. La concurrencia repleta el local. El olor a licor y cigarrillo flota en el ambiente, acompañado de risas de niñas que tratan de tú haciendo fáciles los malos entendidos entre los clientes que, con sus cerebros saturados de vapores etílicos, se trenzan en pequeñas disputas.
Lorna, de lánguida voz, canta su primer bolero. Sus largas piernas semidesnudas dejan ver el encaje amarillo del calzón. La rubia cabellera cae por el escote de su vestido por la espalda, hasta la cintura. Sus grandes ojos verdes pestañean en forma suave. Rugen las gargantas de los asistentes, atronan los aplausos y silbidos sólo ante su presencia, ¡Ella es el show! a sus 23 años. ¡Toda una estrella!, la admiran, la desean, los hombres la quieren para sí.
Carlito, como le dicen los del “coa”, se muestra indiferente a los encantos de la fémina. Su mano derecha descansa en la empuñadura de un cuchillo en el interior de su chaqueta; ella es Su mujer, de nadie más: lo mantiene, lo viste, lo cobija, le compra vino, licores, marihuana. ¡Es suya, sólo suya! El gordo “ojitos”, chofer del taxi que lo transporta, le ha contado que un pije de Santiago está loco por ella. Que está dispuesto a pagar un millón de pesos por  una noche en sus brazos.
Carlito, recuerda que no es la primera vez que un mortal esté dispuesto a morir por los brazos de esta diosa.
En Santiago, el mes pasado actuando en el “Diablo Rojo”, un apasionado se lanzó sobre ella en pleno espectáculo. Desafortunadamente cayó sobre un puñal que le atravesó el corazón.
En Concepción, seis meses atrás se presentó en el club “La Libélula”, algo similar ocurrió. Ella gritó al sentir dos gruesas manos aprisionando sus pechos. El hombre sólo quería satisfacer sus instintos. Fue encontrado muerto. Tenía un papel pegado con sangre en su pecho, decía: “Es mía-sólo mía”. En Iquique, un apasionado asiduo al “Hans-Chu”, lupanar de choros y campeones corrió la misma suerte. El letrero en el pecho señalaba: “Se mira pero no se toca”.
Hoy, está triste Carlito, gruesas lágrimas bajan rodando por sus mejillas. Ha muerto la mujer que lo crió, la que lo encontró envuelto en una vieja frazada en el barrio de la Quinta Avenida, en Santiago Poniente. ¿Por qué la vida es tan trágica? Piensa. -¡Él, sólo quería abrazarla! ¿Por qué su puñal atravesó a la vieja mujer cuando sólo le pedía que dejara el mundo de crímenes y miseria que llevaba?... ¡No lo sabe! La presión sube por sus venas. El corazón se acelera, la vista se nubla, su mano aferra el puñal. -¡Quiero matar!- Grita. Se lanza sobre Lorna que segada por los aplausos no se percata del puñal que se aproxima… Cuando éste va a caer sobre ella, una mano aferra la muñeca asesina, el pesado cuerpo rueda por el piso mientras desvía el puñal al nuevo contrincante. Sin embargo, tomando el brazo del delincuente lo coloca sobre su espalda, coge el otro y lo inmoviliza con “esposa” cerrada…

La llegada oportuna del inspector Jiménez de la PFI quien, desde hace meses sigue la pista al “asesino de los carteles”, salva la vida de la diva. Lorna, agradecida, besa apasionadamente a Jiménez. El público aplaude, las voces parecen un rugido, el show debe continuar…

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