lunes, 18 de enero de 2016

Carmen Puelma, Agustín Rojas y Elías Echeverría-Chile/Enero de 2016



UN CORAZÓN ENFERMO

      Al despertar, Agustín, se sentía totalmente aturdido después de los efectos propios de la anestesia. Sintió la mano suave de una enfermera tomándole el pulso y luego el sonido de las ruedas de un instrumento con el que le tomó la presión.
      Empezó a recordar, un gran dolor al pecho, que no pasó y luego la inconsciencia total. La mano libre recorrió su pecho encontrando un vendaje bastante abultado y la sensibilidad propia de una herida. Ahora presumía que había estado grave. Dedujo que su corazón había sido sometido a una operación, y en su mente empezaron a dar vueltas mil preguntas, mientras su conciencia habitual se hacía presente. ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? Él era un preparador físico de alto rendimiento.     
      Sin embargo, su mente aún prisionera de los anestésicos, le hizo evocar gratos recuerdos de cálida amistad que le había brindado su vida anterior. En su mente se reflejó aquel instante en que el sol se reflejó en su rostro, mientras estaba de espalda sobre las blancas arenas de la playa de Las Torpederas, después de tener la satisfacción de saber que el grupo a su cargo, había resultado vencedor entre varios equipos con mejores condiciones de preparación, llegados de diferentes puntos del país.
      El siempre estuvo acostumbrado a ser ganador en competencias deportivas, antes de llegar a comandar este grupo. ¡Siempre ganador! y ahora debía replantearse en una edad en que todavía se sentía joven. ¿Qué haría el resto de su vida?
      De pronto sintió que su cuerpo era presa de espasmos que no podía controlar, seguramente producto de una descompensación postoperatoria, alcanzó a escuchar el llamado urgente de la enfermera solicitando ayuda al doctor de turno, quien dispuso se le inyectara un medicamento que calmó la emergencia. 
      Luego de pasar esa primera agonía pensando en su futuro, y al día siguiente, ya más calmado, empezó a recordar parte de su vida, haciendo una desordenada revisión, debido a los medicamentos a los que estaba sujeto.
      Días después, no sabía cuántos, llegaron a visitarlo su mujer con un vientre bastante abultado, por su próxima maternidad, y algunos amigos con la intensión de animarlo para que lograra una pronta recuperación.
      Estas visitas, en vez de ayudarlo, le dejaban más sumido en agoreros pensamientos. ¡Cómo podría seguir trabajando en lo que había sido su labor anterior!
      De tanto pensarlo en sus ratos de soledad, un día tomó la terrible decisión de algo extremo. ¡Suicidarse pero sin dejar rastros! Él estaba suscrito a un seguro de vida bastante bueno y éste ayudaría a consolidar la situación de su familia. Es decir, él era más valioso muerto que vivo.
      Comenzó a pensar cómo hacerlo. De pronto discurrió: Carlitos, el joven que hacía el aseo le podría servir. Se veía un muchacho de mirada huidiza y por sus gastadas zapatillas dedujo que era de aquellos hombres jóvenes que necesitaban ayuda económica con urgencia.
      Un día se animó, y le pidió que le consiguiera una caja de relajantes musculares para dormir, dando como razón que una persona amiga se lo había encargado. Pronto, el muchacho cumplió su comisión, y el medicamento lo tuvo en sus manos.
      Como pudo llenó un vaso de agua y manipulando debajo de las sábanas fue sacando las pequeñas pastillas de una en una, evitando que alguna enfermera se fuera a enterar de su actuar. Cuando tenía la totalidad de las pastillas en el cuenco de su mano, tomó un gran trago de agua y luego tratando de no pensar en nada, se llevo la mano a la boca...
      En ese momento sintió que una mano firme lo remecía:
      -¡Agustín, despierta,... despierta! Hombre, parece que tenías una pesadilla, porque gesticulabas que dabas pena.
      -Ah, sí...parece que estaba envuelto en una terrible pesadilla.
      Pero al comienzo no supo discernir, si ésta era la pesadilla o la anterior, pero lo cierto es que se sentía sumamente cansado. Tratando de incursionar en su mente, subió su mano al pecho y lo encontró tibio, sin vendajes, ni sensibilidad alguna. 
      Entonces recordó. El día anterior había asistido al cardiólogo en una visita de rutina, y el doctor le había recomendado dejara por un tiempo los asados y aperitivos, que lo estaban predisponiendo a una futura obesidad que casi siempre llevaba a sus pacientes a operaciones de bypass o afecciones más serias e invalidantes.
      -¡Agustín...Ya, levántate!...prometiste a los niños llevarlos a pasear al Cerro La Campana, sintió la orden perentoria de su mujer.


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