domingo, 20 de marzo de 2016

Luis Tulio Siburu-Argentina/Marzo de 2016



 SERPENTINA
Si alguna vez te enredaste con alguien y bailaste tango toda la noche, sin poder despegarse uno de otra, otra de uno.
Si no intestaste mirarle el rostro bajo el antifaz, la ropa, el cuerpo; apenas quisiste aspirar su perfume y su aura.
Si no se te ocurrió detener el movimiento, sentarte a un costado, buscar la oscuridad, alejarte de la música, tomar una copa.
Si la amaste desde el primer compás, el segundo corte, la tercera quebrada, el cuarto pisotón,  la quinta disculpa, el sexto no es nada.
Si te hablaste todo y ella quedó callada, o al revés, si ella no paró de parlotear y vos sólo escuchabas.
Si no te diste cuenta que al lado tuyo había corso, comparsas, pomos con agua, cornetas, papel picado, disfraces y carcajadas.
Si olvidaste ahora su nombre y su voz,  un collar de lentejuelas, los lunares pintados en la mejilla y esa flor que llevaba en el cabello.
Es probable entonces que hayas estado en la calle Boedo, casi San Juan, hace más de cincuenta años, en esas noches de Momo,  cuando una cuadra era peatonal por cuatro lunas, para danzar sobre adoquines y vías de tranways.
Sin darte cuenta o quizás consciente, no quisiste desenredarte y seguiste idealizando un encuentro efímero, así como – aún con poca memoria - seguís  silbando hoy  “Después de carnaval”, del maestro Amuchástegui Keen.
Y ahora querés comprender qué pasó, qué misterio hubo, donde estará  aquella mascarita, porqué te sentiste unido a ella.
Casi seguro que de un balcón arrojaron una serpentina, azul o bordó vaya a saber, sin brillo, de papel de descarte, como eran antes, como no son ahora.
Y ella – a pesar de su fragilidad - los rodeó a ambos fugazmente, atándolos en un dos por cuatro que se quedó allá lejos. En uno de los cuatro días locos.

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