miércoles, 22 de junio de 2016

Carmen Puelma-Chile/Junio de 2016



LA TORMENTA

            Amanece en Puerto Oscuro, está lloviendo copiosamente y Javiera sale de la ducha envuelta en una enorme toalla de color lila. Se viste lo más rápido posible, zamarrea con energía a Luis para que despierte y se dirige a la cocina para preparar el desayuno.
            -Luis, apúrate, por favor, y viste a Jorgito para dejarlo en el jardín, tengo listo el desayuno.
            -¡Ay Dios! Tienes cara de espanto, dormiste pésimo, hasta te sentí levantarte a medianoche.
            -Maldita tormenta, no me dejó dormir, tú en cambio dormías como un lirón.
            - Amor, lo tuyo no es normal, se diría que le tienes pánico a la lluvia.
            -¡Cómo le voy a tener miedo a la lluvia, negrita!, fueron los truenos los que no me dejaron dormir.
            -El domingo pasado llovió de día y te noté muy asustado, hasta te escondiste en el baño. Eso no es normal. Estuve conversando con la psicóloga de la empresa, me dijo que puede tratarse de una fobia. Llámala para pedirle una hora, no cobra caro y te va a hacer bien. Además Jorgito está creciendo y va a empezar a darse cuenta ¿qué explicación le vas a dar?
            -¿Y si nos fuéramos al norte, negrita? allá no llueve tanto.
            -¡Linda la solución que encontraste!, pídele hora a la psicóloga mejor. ¡Toma! Aquí tienes la tarjeta.
            -Que lata -piensa Luis, casi toda la oficina está en el campeonato de baby-futbol y yo aquí esperando que me atiendan, todas las revistas fomes, la secretaria fea, un tipejo con un tic nervioso, ojalá me atiendan luego.
            -¿Luis? Adelante, toma asiento ¿cómo te sientes?
            -Yo estoy bien, me mandó mi señora. Ella exagera las cosas.
            -¿Desde cuándo le temes a la lluvia, Luis?
            -Pero si no le temo, no es para tanto.
            -¿Jugabas en la lluvia cuándo eras niño?
            Siempre habían jugueteado con la lluvia. Se juntaban  en su casa de campo con los vecinos y su hermano mellizo. Su madre y la Tía Nora preparaban sopaipillas y calzones rotos, cebaban mate y parloteaban la tarde entera. A Luis le encantaba el olor que inundaba el lugar, cuando ponían  terrones de azúcar en el brasero
            Cuando los mellizos se ponían demasiado inquietos los mandaban a jugar al galpón.                                        
            –No se metan en las pozas- advertía la tía Nora.
            -Cuidadito con quedar todos embarrados- agregaba su madre- y pónganse las botas no se vayan a resfriar.
            Ellos felices y contentos se ponían a cantar:
“que llueva que llueva
 la vieja está en la cueva
 los pajaritos cantan
 la vieja se levanta
que sí, que no
que caiga el chaparrón”.

            Al rato estaba lloviendo de nuevo; siempre les resultaba. Cuando paraba la lluvia, retomaban los cánticos y pronto estaba lloviendo.
            A veces jugaban al pillarse y al fragor de la batalla se les olvidaban todas las recomendaciones, volvían a la casa hechos un desastre, y siempre recibían una reprimenda de su madre, inclusive algunos escobazos.
            Cierto día los vecinos llegaron con un libro que contaba las costumbres de los indios norteamericanos: apaches, mohicanos y cherokees, entre otros y también tenía muchas fotografías. Se les ocurrió organizar una danza de la lluvia y se disfrazaron con plumas y sacos, para darle ambiente a la rogativa.
         …Y llovió, llovió, llovió varios días seguidos.
            -Esto es culpa de ustedes y su danza de la lluvia- sentenció la tía Nora, vamos a tener que rogar a San Isidro para que pare la lluvia. Incluso una noche llegaron los vecinos a refugiarse en la casa, se había salido el río y les había inundado todo el campo.
            Nosotros tenemos la culpa, pensaron. El libro no explicaba qué hacer para que dejara de llover.
            -¿Sientes mucha culpa, todavía? Te das cuenta que no puedes ser culpable de las inclemencias climáticas ¿verdad?
            -Claro que no, cómo voy a tener la culpa. ¡Qué ocurrencia!
            -Vamos a seguir con la terapia la próxima semana, dile a  mi secretaria que te anote la hora.
            Han pasado varias semanas y Luis siente que no han avanzado mucho con la psicóloga, pero a petición de su esposa decide seguir asistiendo.
            -Luis, tengo entendido que tienes un hermano mellizo ¿tú crees que podríamos hacer una sesión con él?
            -Tendría que ser algún sábado, señorita, él trabaja en un fundo bien alejado, hacia la cordillera, lo puedo invitar para que venga un fin de semana.
            -Buena idea Luis, va a ser interesante  conversar con él.
            Al fin ha llegado el día. Esta vez, saldrá por fin de la duda, puede que su hermano recuerde algún episodio y se logre explicar ese miedo absurdo a las tormentas.
            -Adelante, veo que has venido con tu hermano; se nota mucho  el parecido entre ustedes.
            -¿Sabías que Luis siente temor en las tormentas?
            -Me está bromeando, señorita, si hasta hacíamos cantos y juegos con las lluvias, ¿le contó cuando hicimos la danza disfrazados de indios? Siempre cantábamos leseras, cuando entramos a la escuela nos veníamos en la micro y pasábamos por un puente de madera que crujía y las tablas hacían “clan, clan”, le decíamos el puente del piano. Allí nos poníamos a cantar:
 “El puente se va a caer
             va a caer, va a caer
el puente se va a caer,
hay que pena”.

            -Hubo un invierno que llovió muchísimo y el puente se cayó.
            -Cuéntenme más detalles, eso es interesante.
            -Fue un día que volvimos tarde, llovía muy fuerte, la micro iba llena de gente y al pasar por el puente entonamos nuestros cantos de siempre:

 “el puente se va a caer...”

            -Alcanzamos a pasar apenas, detrás de nosotros el puente se cayó.
            -Estaba oscureciendo, la tía Nora venía en su Citroneta, con la guagua y nuestros amigos, unos metros más atrás, no alcanzó a frenar y cayeron al río. Demoraron varios días en encontrarlos, fue horrible.
            -¿Luis, te acordabas de este episodio?
            -De eso no me acuerdo mucho.
            -Pero si tú venías en el último asiento, vuelto para atrás, haciéndole morisquetas a los vecinos. Luis, tienes que haberlos visto. ¡Mire señorita!, este pajarón llegó a la casa a esconderse en el cuarto del fondo, decía que nos iban a dar tremendos azotes porque se había caído el puente. ¿No le parece absurdo?


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