martes, 20 de diciembre de 2016

Lilia Cremer-Argentina/Diciembre de 2016



El otro escenario

      —¡Azucena! ¡Otra vez tildada con la computadora…!—su grito en mi oído me hizo saltar de la silla—.¿Qué son esas imágenes? Que yo sepa acá exportamos tuercas y tornillos, no bailarinas clásicas…
Otra vez me había sorprendido. La señorita Eugenia Soler, jefa de personal.
Profesión: harpía.
No supe qué contestar. Atiné a balbucear una excusa, que por supuesto no creyó.Luego le dije sonriendo nerviosamente: mi nombre es Maia, Azucena es el segundo.
—No se vaya por las ramas Ferreyra,… y póngase a trabajar de una vez.
Volví contra mi voluntad a las tuercas y tornillos, pero era inevitable volar a mis clases de ballet. Pensaba todo el tiempo en la Gala. Sería mi primera presentación en un teatro.
La chaqueta azul marino me apretaba y la camisa cuello Mao me ahogaba.Todo en esa oficina me afixiaba.
Para Giselle usaría las ropas campesinas en tonos otoñales. La escenografía  me fascinaba. El bosque, el pantano, el paisaje bucólico de la puesta. Repasaba mentalmente los movimientos. Ojalá la jefa me permitiera salir antes el viernes para el ensayo general, pensaba. ¡Qué música, qué historia: romántica  y tan triste a la vez!
—Ferreyra, cuando termine el stock, prepare estos costos. Antes de retirarse deben quedar listos para entregarlos al ingeniero Mayorga.¿Entendió?
—Sí, señorita Eugenia, entendí.
¡Cómo recordaba a Maia Plitzeskaia! Su gloriosa Giselle. ¡Inolvidable! A ver, a ver seguro que en You Tube está.
—Che, Maia, estás re colgada con lo del baile ¿no? —era el estúpido de Farías, bruto, analfabeto, decirle baile despectivamente a algo tan sublime como el ballet. Por suerte me quedaba poco tiempo para juntar la plata que precisaba para  terminar  el profesorado. Después ¡chau! ¡adiós! ¡si  te he visto, no me acuerdo!
¡Ah! Acá está. Giselle con Margot Fontayn ¿y el partenaire? ¿Rudolf Nureyev?
—¡¡¡Ferreyra!!!¡¡¡Ferreyra!!! Mi paciencia tiene un límite…No me provoque…
— Voy terminando señorita Eugenia…—había podido salir rápidamente de la pantalla donde tenía las imágenes más maravillosas de una Gala en Londres. El corazón me estallaba de placer.
—Chau, Maia ¿te falta mucho? ¿Querés que te espere? —era Victoria, mi mejor compañera de la oficina.
—¿Qué hora es?—le pregunté sorprendida.
—Y… deben de ser las seis y algo, ya se fueron todos. Está la Soler con Mayorga y el jefe en la oficina de personal.
—¡Nooo, me muero, no terminé lo que me pidió…tengo que explicarle y pedirle permiso para mañana… ¡Ay! Dios mío, deseame suerte Vicky.

—¿Pero cómo se le ocurre Ferreyra? ¿Usted tiene idea del desastre que es como empleada? Y encima pide permiso para retirarse antes para ir a bailar …no sé qué cosa. ¡Usted es una irresponsable total! Ya estamos tomando medidas drásticas, acá con el jefe y el ingeniero…
¡¡¡Ferreyra!!! ¿Qué hace? ¿Se volvió loca? ¡Vuelva acá! ¡Ferreyra!

Los guardias de la Empresa vieron con ojos desorbitados cómo la empleada Maia Azucena Ferreyra volaba por las escaleras y caía como en un Grand Jeté en el piso de la planta baja en el que se veían algunos objetos diseminados: un bolso, un par de zapatillas de punta, unas polainas de lana y una malla de danza.

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