sábado, 25 de marzo de 2017

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Marzo de 2017



LAS TABLAS

            Bajo las piernas del Coloso de Rodas colocado sobre los diques del puerto, pasaban las flotas, a velas desplegadas. El mar de las Cícladas era surcado por rojas proas de los fenicios y proas negras de los piratas de Libia.
            Esas naves transportaban las riquezas de Asia y África: marfil, finos objetos de cerámica, telas de Siria, vasos de oro, púrpura y perlas, así mismo, niñas y mujeres arrebatadas de costas salvajes.
            El cruzamiento de de razas había creado un idioma mezcla del primitivo celta,  zend, sánscrito y fenicio. Se producía así un intercambio de costumbres, algunas más salvajes, más refinadas otras. Con aquellos comerciantes o piratas, viajaban sacerdotes que poseían el conocimiento de algunas ciencias y una concepción de la naturaleza, un conjunto de leyes, una organización, al fin, de vida civil y religiosa. Porque en aquellos siglos, toda la vida intelectual descendía de los santuarios. Se adoraba a Juno en Argos, Artemisa en Arcadia, en Corinto a Paphos y la fenicia Astarté era Afrodita nacida de las olas.
            Toda la vida intelectual, la Poesía, las Leyes y las Artes Sagradas provenía de los más antiguos santuarios ubicados en las altas montañas como: Cronos, Zeus y Urano. También fabulosos poetas provenían de Tracia.
            Recordemos que aquellos antiquísimos pueblos tenían diferentes orígenes. Los semíticos eran egipcios, árabes, fenicios y judíos, recibieron su primera intelectualidad de la raza negra.
            Los arios comprendían iránios, indios, griegos y etruscos. Fueron pueblos blancos aún en estado nómade y salvajes, como los escitas, getas, sármatas, celtas y después los germanos.
Los sacerdotes de raza semita o del hemisferio austral, trazaban sus misteriosos signos sobre piedras o sobre pieles de animales salvajes. Se dirigían al Oriente de donde venía la luz, por eso escribían de derecha a izquierda.
            Los sacerdotes de raza aria dirigían sus signos hacia el norte, patria de sus antepasados blancos, escribieron de izquierda a derecha, así encontramos la dirección de las ruinas célticas y de la escritura de las razas arias: el sánscrito, el zen, el griego y el latín.
            Trece siglos antes de Jesucristo y cinco siglos antes de Homero, la India ofrecía sólo sombras, su otrora, aplastante esplendor, ahora se hundía en su ciclo de tinieblas. Asiria había desencadenado la anarquía por la tiranía de Babilonia y continuaba la dictadura de toda Asia.
            Egipto había sido grande e importante por la ciencia que guardaron los sacerdotes y, aún persistía el poder de los faraones pero, sólo hasta el Éufrates y el Mediterráneo.
            Israel, todavía en el desierto, intentaba imponer el principio de Moisés, de una sola divinidad, pero no era aceptada aún.
            Grecia se hallaba profundamente dividida por la política y la religión. Esa raza tenía vestigios de muchas civilizaciones anteriores. Colonias de Palestina, Egipto y la India, habían poblado de costumbres y divinidades múltiples las diferentes colonias: escitas, getas y los primitivos celtas, todos ellos habían aportado costumbres.
            Samos, a comienzos del siglo VI antes de J.C. era una de las islas florecientes de la Jonia. La rada de su puerto se habría ante las montañas del Asia Menor. Todos los lujos y seducciones venían de allá. Aquella ciudad se extendía cual ancha bahía y era como un anfiteatro sobre la montaña al pie del templo de Neptuno.
            Allí reinaba Policrato, el dictador. Había privado a Samos de sus libertades pero le había dado los placeres del esplendor asiático. Hetairas de Lesbos, establecidas en palacios vecinos al suyo, enseñaban a los jóvenes, danzas, voluptuosidades y festines. Hizo instalar al poeta Anacreonte en un trirreme con velas de púrpura y mástiles dorados y, este recitaba con una copa de plata cincelada en la mano, ante aquella corte del placer. La traición también tuvo espacio y el tirano fue crucificado sobre el monte Mycale por uno de sus sátrapas.  
            Al principio de su reinado, un matrimonio formado por un rico comerciante de Samos y su mujer, llamado Parthenis, esperaban un hijo que fue pronosticado por la pitonisa de Delfos que, “SERÍA ÚTIL A TODOS LOS SERES HUMANOS EN TODOS LOS TIEMPOS”. Con ese oráculo, los esposos se fueron a Sidón en Fenicia para que el niño fuera concebido y moldeado lejos de esas perturbadoras influencias. Ya antes de nacer fue dedicado por sus padres a la luz de Apolo en la luna del Amor. Ya al cumplir un año, lo llevaron al templo de Adonai, en un valle del Líbano donde fue bendecido por el gran sacerdote, luego emigraron a Samos. El joven creció lleno de pasión intelectual, era moderado y justo. Sus padre le fomentaron su precoz inclinación por el estudio y la sabiduría.
            Como los sabios habían comenzado a formar en Jonia escuelas donde enseñaban los principios de la Física, el muchacho a los 18 años había seguido las lecciones de Hermodamas de Samos. A los 20 años, las de Pherecide en Syros y ya conocía a Thales y Anaximandro en Mileto. Quería saber siempre más. Buscaba el enlace, la síntesis, la unidad, su espíritu estaba sobreexcitado por la contradicción de las cosas. Se concentraba para entrever el camino de la Verdad al centro de la Vida. Nunca se conformaba con las explicaciones que recibía, nunca eran exactas, aún no asimilaba la totalidad del mensaje de los sabios que intentaban transmitirle sus conocimientos. Le habían dicho: “De la Madre Naturaleza viene todo, pero nada viene de la nada. De la emanación sutil de los elementos respiramos el hálito de la vida, pero la Naturaleza es inflexiblemente ciega. El único mérito que nos aguarda es conocerla y someternos a su ley fatal”.
            Pero él deseaba penetrar el alfabeto de las estrellas. Hacía cálculos, pensaba: “Si lo infinitamente pequeño de los átomos tiene su razón de ser. ¿Cómo lo infinitamente grande, la dispersión de los astros que están ante mí y cuya agrupación representa el cuerpo del Universo, no la tendría?”
            “Si cada uno de esos mundos tiene su ley propia y todos se mueven en un conjunto por un número y una armonía. ¿Quién descifrará jamás esa numeración y ese alfabeto?”
            Pitágoras vio moverse los mundos con el ritmo y la armonía de los números. Vio el equilibro de la tierra y el cielo. Adivinó las esferas del mundo invisible, su inteligencia había intuido la depuración y liberación del hombre desde este mundo pero, había que probarlo por el razonamiento. Esto no se lo podían probar los templos de Grecia, ni los sabios de Jonia, ni menos los cantos de Homero.
Entonces tomó la determinación de ir a Egipto. Allí pudo estudiar interminablemente atravesando todas las fases de pruebas y tentaciones. Tenía fe en si mismo y por 22 años ejercitó el dominio de la voluntad por sobre el ser bajo la tutela del sumo sacerdote Sonchis.
Nada de lo que podía aprender sobre las ciencias era obstáculo para él y jamás lo detuvo el temor a la muerte. Sólo entonces los sacerdotes egipcios le reconocieron le reconocieron la extraordinaria fuerza y voluntad de alma y le abrieron los tesoros de su experiencia. Pudo al fin profundizar la ciencia de los números que fue el centro de su sistema y reformuló de nueva manera. “La ciencia de los números y el arte de la voluntad son las dos claves; ellas abren las puertas del Universo”. Conceptos enseñados por  aquellos sacerdotes.
Fue así como en Egipto adquirió Pitágoras, una visión de altura que le permitió ver las esferas de la Vida y las Ciencias en un orden concéntrico hasta llegar  al desarrollo de la conciencia.
Ya estaba arribando a la cumbre del sacerdocio egipcio y planificaba regresar a Gracia cuando estallé la guerra sobre la cuenca del Nilo. El inmemorial reino, asilo de la ciencia de Hermes, no pudo resistir los asaltos de los déspotas del Asia. Sólo la fuerza del sacerdocio y sabiduría de las instituciones había podido resistir hasta entonces.
Cambises, hijo del vencedor de Babilonia, se lanzó con sus innumerables y hambrientos ejércitos sobre Egipto y puso fin a la institución de los faraones.
Pitágoras pudo ver la invasión del déspota, los saqueos  a los templos de Menphis y de Thebas y la destrucción del de Hamon. Cambises hizo cargar cadenas al faraón reinante y a su alrededor, colocar a los sacerdotes, a las familias principales y la corte. Vistió de harapos a la hija del faraón y a todas sus damas de honor y al príncipe y dos mil jóvenes más con mordaza en la boca antes de ser decapitados, mientras el faraón contenía los sollozos , para regocijo de Cambises, ya sentado en su trono.
Hizo transportar a Pitágoras a Babilonia, con la parte que quedaba del sacerdocio egipcio y los internó en este país.
Aquella ciudad, después de la conquista persa, seguía siendo la gran prostituta de los profetas hebreos: La antigua BABEL. Allí habían ocurrido los actos más déspotas que habían tiranizado: Caldea, Asiria, Persia, Judea, Siria, el Asia Menor y una parte de Tartaria. Allí habían llevado cautivo al pueblo Judío que continuaba en algún rincón de la ciudad, practicando su culto.
Los muros de la vieja Babel se derrumbaron bajo los vengadores golpes de Ciro, y así Babilonia pasó siglos bajo la dominación persa. A  ese escenario llegó Pitágoras. Se encontró con tres religiones diferentes: la de los antiguos sacerdotes caldeos, los supervivientes de la religión persa y la flor y nata de los judíos cautivos. Estuvo durante doce años internado en Babilonia y se preocupó de estudiar aún mucho más. Ya conocía las religiones egipcia y caldea, ahora sabía más que sus maestros. Conocía los eternos principios del Universo y sus aplicaciones. Se había desgarrado para él, el tosco velo de la materia. Sabía de los continentes y de las razas. Había aprendido el origen y el pasado de muchas religiones, comparaba las ventajase e inconvenientes del monoteísmo judío, el politeísmo griego, el dualismo persa y el trinitarismo indio.
Había estudiado a fondo el poder creador y sugestivo del verbo humano y conocía los formularios graduados de antiguos idiomas. Pensaba que todas las religiones eran rayos de una misma verdad pero se traducían diferentes, según la cultura, inteligencia y estado social de la humanidad.
En esa época, eran muy grandes las amenazas para la sociedad, por ejemplo la indisciplina de las democracias, el materialismo de los científicos y sabios y, la ignorancia de algunos sacerdotes. El despotismo asiático había conducido a un relajamiento masivo.
            Decidió entonces volver a Gracia. Pero era difícil asunto salir de Babilonia, previamente había que conseguir permiso del rey de los persas. Mediante un compatriota  que era médico del rey, pudo obtener su libertad y regresar a Samos, después de 34 años de ausencia.
            Sólo encontró descalabros. Su patria estaba aplastada. Templos y escuelas se habían cerrado. Cual bandadas temerosas habían huido los sabios y poetas ante el dominio persa. Alcanzó a ver, a su primer maestro Hermodamas quien ya moría y, aunque todo el mundo había dado por ultimado a Pitágoras, su madre, Parthenis, aún lo esperaba porque jamás dudó de su regreso ya que así lo había predicho el oráculo de Apolo.
            Partió nuevamente, esta vez con su madre, hacia otro destierro, debían huir del oprimido Samos y de hicieron a la vela para Grecia.
Fue recibido como maestro y hombre sabio. Visitó todos los templos, presenció los juegos olímpicos, se detuvo en el santuario de Júpiter, presidió los misterios de Eleusis. Su elocuente voz resonó entre las columnas del santuario de Apolo. Sus conferencias tenían el poder de convocatoria, se ventilaba el porvenir de Grecia. Para Ilustrar a los oyentes les habló del Egipto que había conocido y que a fin de cuentas, era padre de Grecia. Las momias cubiertas de jeroglíficos en el fondo de las pirámides, guardando en sus tumbas los secretos de los pueblos, sus lenguas y religiones.
De Babilonia evocó los magos caldeos, sus ciencias ocultas, sus templos profundos. De Egipto, narró cuanto había descendido desde su grandeza hasta sucumbir bajo los persas. Los libros arrojados a hogueras, los templos saqueados, sus sacerdotes muertos o dispersos. Toda la vieja barbarie asiática constituida por razas aún medio salvaje y errantes desde el centro del Asia y del fondo de la India.
Los pueblos no evitan su destino, pensaba Pitágoras. ¿No se había derrumbado Egipto después de seis mil años de prosperidad? ¡En Grecia pasará más de prisa! ¡Bella Jonia, los bárbaros derribarán sus piedras! Y transmitía sus mensajes: “Como el imán atrae al hierro, los sabios y sacerdotes, con su pensamiento, con sus actos y sus oraciones, deben devolver a Grecia su luz inmortal con la conciencia de su misión”.
Pitágoras construyó el edificio de la ciencia del Cosmos. Eligió la colonia dórica de Crotona, como centro de su accionar para la educación e instrucción de la juventud para transformar poco a poco la organización de las ciudades con un idea científica y filosófica. Pero había  aún reticencias, las ciudades griegas del golfo de Tarento eran muy liberales. Aún así Pitágoras, está presente hasta en nuestros escolares que aprenden las tablas de multiplicar, cumpliéndose el oráculo de la pitonisa de Delfos:  “SERÁ ÚTIL A TODOS LOS HOMBRES, EN TODOS LOS TIEMPOS”

BIBLIOGRAFÍA: “VIDA DE PITÁGORAS” de Jambico (algunos datos) “LA LENGUA HEBREA”  de Fabre D”Oliver (Información sobre países)

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