viernes, 21 de abril de 2017

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Abril de 2017




MAMALLUCA

¿Cuánta historia? ¿Historia, cuánta? Aquella simple explanada, cementerio fue de anónimos Diaguitas.
Aire, sólo aire, espada pura y fría, albergaban otras voces plasmadas en el alba y, el cielo, limpio cielo nortino.
     Había traslúcida pureza y austeridad en castas divididas. Serios y mudos en su pedazo de tierra, madurados en dolorosa majestad, de libertad y silencio, absortos. Quizás tejiendo o tiñendo lanas, haciendo cestos, o modelando vasos para las urnas funerarias.
     Los vocablos íntegros, esenciales y simples partían de la luz, el camino o el sollozo.       
La apretada piedra del sentimiento, los pensamientos postreros en el umbral de las ondas, en ese aire, en ese viento, bajo ese sol cayeron.
Carentes de fáciles blanduras, también ellos contemplaron esos astros y esas nubes, sintieron miedos, alegrías, convicciones callaron sus sueños rotos.
     Esos seres incontables ¿Consumir íntegro lograron, el caudal de sus días? ¿Quién dimensionó sus tradiciones?
El aire, sólo el frío aire golpea el Observatorio y es el gran enigma su mayor riqueza.
A Mamalluca llega ahora, la ciencia, el saber, la inteligencia, sosteniendo el aire, viene. El Universo desde arriba a Mamalluca llega.

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