sábado, 20 de mayo de 2017

Mensuario "La Cita", entrevista a Rolando Revagliatti-Argentina/Mayo de 2017



Entrevista efectuada a Rolando Revagliatti a través del correo electrónico y publicada en el nº 46, mayo 2008, del mensuario “La Cita”.


“Siempre queda algo en el tintero”


—¿Recuerda el primer texto que escribió?

—Fue en mi primera adolescencia cuando comencé a pergeñar versos con rima, más bien instado por alguna melodía bulléndome, de tal modo que lo que produje han sido canciones. Poco después habré empezado a incursionar en la generación de versos, con o sin rima, de esos que se suelen denominar, muy a la ligera, poemas. En la prosa, recién incursioné alrededor de los treinta y cinco años. Y fue alrededor de los treinta en los que abordé la dramaturgia.


—¿Fue entonces que se dio cuenta de que quería dedicarse a escribir?

—No me parece que yo sea el tipo de escritor que alguna vez se dio cuenta de que quería dedicarme a escribir. Sí, en cambio, tras haberme dado cuenta de que quería ser hombre de teatro y de haberme formado para ello, de haber actuado durante un cierto lapso me aparté, extenuado, claudiqué, me convencí de que no tenía pasta para tolerar los fracasos ni para forjarme mi propio derrotero. En fin, por éstas y otras consideraciones, en estrepitosa crisis, desistí de mi proyecto de convertirme en un actor profesional y me di el gusto, cada tanto, y hasta 1986, de producir y dirigir espectáculos teatrales en base a textos poéticos.


—¿Hay temas recurrentes en sus textos?

—Tanto en mi segundo libro de cuentos, “Muestra en prosa”, como en el primero, “Historietas del amor”, lo más frecuentado han sido los asuntos del “amor parejil” y de sus simulacros y tortuosidades, a las que, según advierto, tantos se aferran. Desde pibe me alarmaron estos aferramientos, estos sinsentidos.


—¿Qué hace a una persona ser un “buen escritor”?

—Este es un interrogante olímpico. Notables intelectuales lo han investigado. Para no rehuir del todo la pregunta, afirmo, simplificando: un buen escritor es quien, de ninguna manera, no es un autor. Personas que escriben, que redactan textos de ficción, que urden versos, que conciben reseñas, artículos, ensayos, prólogos, epílogos, palabras de circunstancia, que generan algo del orden de la dramaturgia, hay muchísimas. Escritores, hay muchísimos menos.


—¿Quiénes son sus favoritos?

—En tren de preferir, improviso, y dentro de los que tienen una obra sólida, algunos son en dramaturgia Bertolt Brecht, Federico Schiller, Eugenio 0’Neill, Griselda Gambaro, Eugenio Ionesco, Ricardo Monti, Jean Genet, Samuel Beckett. En narrativa: Franz Kafka, Jorge Luis Borges, James Joyce, Silvina Ocampo, Marcel Proust, Paul Auster, Abelardo Castillo. En poesía: César Vallejo, Vicente Huidobro, Julio Huasi, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik…


—¿Tiene alguna rutina diaria o algún hábito para escribir?

—Ninguna rutina ni inclinación horaria. Acometen presuntos versos e ideas mientras estoy bañándome, cuando paseo por el Parque Centenario, cuando mantengo un diálogo o escucho la radio, cuando alguna disonancia me despabila o un mal sueño me instala resabio, cuando me descubro imbuido en una lectura o percibiendo alguna rareza en el comportamiento de alguien, después de haber realizado una lectura en un café literario o de reencontrarme con mi gata Pupé, al retornar de las vacaciones. Y en infinidad de ocasiones comienzo asentando palabras en cualquier pedazo de papel.


—¿Cómo sigue?

—Después vienen los desarrollos, las versiones de cada texto, las modificaciones sucesivas, hasta que en un punto lo abandono y decreto su validación. Lo cual puede o no perdurar en el tiempo.


—¿Qué sensaciones le provoca la vejez?

—Es similar a la idea del abismo. Desde la conciencia, como todos, temo el cómo iré asumiendo la decadencia. Es una fantasmática que se nos genera desde la niñez. Los únicos que “zafan” de la vejez son los que fallecen antes de envejecer. Lo que en estos últimos años más me asola es la sensación de cansancio. Hasta podría escribir un libro que se llamara así, descubro mientras doy forma a mi respuesta: “El cansancio”, tal como otros libros se titulan. Y lo dice un sexagenario que además de humillaciones, incongruencias, frustraciones, trastornos del sueño, se siente depositario de gratificaciones, lucidez, perseverancia, pasión y una copiosa constelación de instancias de felicidad.


—¿Siente que tiene alguna cuenta pendiente?

—¿Podría ser de otro modo?


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