martes, 22 de agosto de 2017

Jorge Etcheverry/Agosto de 2017



Sorguín

El sorguín no está ni ahí con la marihuana, el crack, la heroína, que
proporcionan universos alternativos caros y momentáneos a las vastas masas
huxleianas que inconscientemente intentan el escape al mundo de todos los
días, con sus repeticiones y el gasto de la experiencia inédita que se
subsume en esa vasta entropía que nos aqueja y angustia. Sus medios y
educación no se lo permiten, ni su edad, entonces recurre al tinto o al
otro, cuando la necesidad aprieta, a los puchitos medidos que—ojalá—no
terminen por aniquilar y derrumbar su capacidad e inhalar el oxígeno
vivificante. La raigambre animal y arcaica lo insta a una adicción que no es
tal, esos adminículos sabiamente ingeridos y asimilados en su metabolismo le
provocan no tan solo las erecciones mañaneras sino que despliegan sus sueños
que por una parte a lo mejor van construyendo un universo alternativo—más de
una vez le toca que los sueños se repiten, o que despierta por unas horas
para luego retomar el hilo de los sueños
La sorguiña se cambió de continente sin decir agua va. Pero ya antes en una
afirmación de una parte de sí misma muy meditada, no se crean, había
decidido llenarse de crías, para que las ocupaciones ligadas a la maternidad
no le dejaran tiempo ni energía para cumplir con su tarea—cuya ambigua
naturaleza la asustaba—“ ya no están los tiempos para que nos estemos
sacrificando, corriendo riesgos que no se pueden subestimar en un medio poco
receptivo y a veces francamente hostil. Mejor llenarse de niños antes de que
nos queme el arroz y a la postre es mejor marchitarse en el país de uno”—eso
me escribió en su nota de despedida.

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